sábado, 15 de enero de 2011

Jorge Ibargüengoitia / De dramaturgo a novelista


JORGE IBARGÜENGOITIA

Nace el 22 de enero de 1928 en Guanajuato, “una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma”, muere el 27 de noviembre de 1983 en Madrid. “Mi padre y mi madre duraron veinte años de novios y dos de casados. Cuando mi padre murió yo tenía ocho meses y no lo recuerdo. Por las fotos deduzco que de él heredé las orejas.” A los tres años va a vivir a la capital y se crece entre mujeres que lo adoran y quieren que sea ingeniero. Faltando dos años para terminar la carrera, decide dedicarse a escribir. Toma clases de Teoría y Composición Dramática con Rodolfo Usigli, quien le deja una huella imborrable. Mantiene una relación sentimental pero platónica con Luisa Josefina Hernández, comparten las cátedras y una beca de la Fundación Rockefeller en Nueva York. Tres cuentos de La ley de Herodes (1967) narran las aventuras y desventuras que tiene con esta mujer, en ocasiones llamada Ella (“La mujer que no”), en otra Julia (“La vela perpetua”) y en otra Sarita (“La ley de Herodes”). Escribe la comedia Susana y los jóvenes.  Sus otros títulos teatrales son: Clotilde en su casa, La lucha con el ángel, Llegó Margó, Ante varias esfinges, Tres piezas en un acto, El viaje superficial, Pájaro en mano, Los buenos manejos, La conspiración vendida.
A pesar de los premios obtenidos, Ibargüengoitia se desencanta con el teatro por el poco éxito de sus montajes. Su última obra fue El atentado, Premio Casa de las Américas en 1963, que le concede otros beneficios: “me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela”. Escribe Los relámpagos de agosto y con ella gana en 1964 el premio de novela Casa de las Américas.
Refugiado en su casa de Coyoacán, primero, y más tarde en París, al lado de su esposa, la pintora inglesa Joy Laville, se dedica a escribir sus seis novelas: aparte de la mencionada, Maten al león, Estas ruinas que ves, Las muertas, Dos crímenes y Los pasos de López. Se vuelve muy riguroso consigo mismo en la continuidad de su trabajo. Luego de desayunar escribe en su estudio durante toda la mañana, al lado de una ventana desde la cual se ve un colegio de señoritas. Cuando salen de sus clases, se queda viéndolas. En 1983 trabaja en Isabel cantaba cuando le llega la invitación para el encuentro de escritores en Colombia. Acepta aunque no quiere interrumpir su trabajo, y encuentra la muerte. En ese mismo vuelo que nunca lo llevó a Colombia fallecen otros escritores: Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza.

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