miércoles, 24 de julio de 2013

Javier Tomeo


(1932 - 2013)

Javier Tomeo Estallo (Quincena, Huesca, 9 de septiembre de 1932 - Barcelona, 22 de junio de 2013) fue un escritor y dramaturgo español.

Se licenció en Derecho y Criminología en la Universidad de Barcelona. En los años cincuenta escribió literatura popular bajo el pseudónimo «Frantz Keller» para la Editorial Bruguera: algunas novelas del oeste, de terror e incluso una Historia de la esclavitud, así como otras obras con pseudónimos anglosajonizados. En 1963 editó, junto a Juan María EstadellaLa brujería y la superstición en Cataluña. En 1967 publicó su primera novela «seria». Obtuvo en 1971 el premio de novela corta Ciudad de Barbastro, por El Unicornio. En la década de los setenta aparecieron otros títulos como El castillo de la carta cifrada. En los años ochenta dejó algunas novelas como Diálogo en re mayor y Amado monstruo, y su universo literario creció en los noventa con la publicación de numerosos libros: El gallitigre (1990), El crimen del cine Oriente (1995), Los misterios de la ópera (1997), Napoleón VII (1999) o Cuentos perversos (2002), entre otros.


Javier Tomeo

"Yo ya me parecía a Kafka antes de leerlo"

El escritor celebra sus ochenta años con la edición casi definitiva 

de sus Cuentos Completos

Carlos ZANÓN | El Cultural 05/10/2012 | 

Frente a frente no se sabe quién es más joven, si Carlos Zanón (Barcelona, 1966) o un insultantemente feliz Javier Tomeo (Zaragoza, 1932), con sus 80 recién cumplidos y la edición de sus Cuentos completos (Páginas de Espuma), o así, como regalo. Zanón reconoce haber leído al maestro desde hace años, "y tener la misma sensación que ahora. De ser un escritor libre en un planeta propio y acogedor, pero solitario [...] La literatura Tomeo te hipnotiza como una serpiente porque conecta con tus juegos mentales".




Acudo al domicilio de Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) para una charla. La excusa es la edición de sus Cuentos completos en la estimulante editorial Páginas de Espuma. Pienso que de llamarme Ramón y no Carlos, éste podía ser el principio de una de sus novelas. Ramón y Javier. Se cierra la puerta. Primera casilla. Ratón y gato con la medicación cambiada, por ejemplo.Recuerdo leer a Javier Tomeo en los ochenta y tener la misma sensación que ahora. De ser un escritor libre en un planeta propio y acogedor pero solitario. Como el Principito. O uno de los ogros de Óscar Wilde. Javier Tomeo encontró una manera subversiva de explicar la realidad desde sus primeros libros y allí sigue. Abres sus páginas y él coloca las piezas en el tablero y el sentido común ante situaciones absurdas, grotescas, ilógicas te lleva de una página a otra. La literatura Tomeo te hipnotiza como una serpiente porque conecta con tus juegos mentales. Y muchos de sus ingredientes siguen siendo alquímicos. Solo así se entenderá que pasan los años y los lectores jóvenes siguen buscándole y encontrándole. La gente que le sigue lo hace con un afán devoto por alguien que te da lo que buscas aunque no sepas que lo andaras buscando. Javier Tomeo me espera en su salón. Cariñoso como siempre. La tele anda encendida pero sin sonido. Políticos que mueven la boca sin que escuchemos lo que dicen. Rajoy en la ONU sin auditorio. Artur Mas y el Castillo de la Carta Magna Cifrada. Pienso que algunos viven en tramas Tomeo. Y a todos nos iría bien leerle un poco más. No en vano Javier Tomeo es el escritor favorito de Frank Kafka. ¿Seguro que nadie en este país ha pedido un agrimensor? 


Patria aragonesa

La actualidad política manda. Le han llamado de El Heraldo de Aragón, preocupados porque en un futuro estado independiente, Tomeo se quede en tierra extraña. Él los ha tranquilizado: “Siempre me han tratado muy bien aquí y aquí me quedaré. Haré patria aragonesa. Eso sí, cuando vaya allá iré con pasaporte. Igual habrá un puesto de aduanas en Fraga. Cambiaremos moneda por peras. Peras limoneras”. Humor Tomeo. Sano. Pasamos a hablar de libros. Me pregunta por los míos. Se disculpa por no leer ya novelas de gente que empieza. “Debería hacerlo. Yo una vez fui joven y me gustaba que lo leyeran”. Le explico que quiero charlar con él de lo suyo. De cómo construye su mundo. Cómo empieza todo. Desde lo más básico. 

Javier Tomeo: Escribo a mano. Es mucho mejor. En los últimos tiempos utilizo el ordenador. Más cómodo: puedes corregir. Y los márgenes ordenados.
Carlos Zanón: Escribir a mano es elegir las palabras, un esfuerzo físico. Pasa lo mismo con las fotos digitales. Es tan fácil que hemos perdido el ojo que buscaba y encontraba el momento mágico, el clic.
JT: Es mucho mejor a mano pero con los años, yo tenía una letra bonita pero ahora escribo cosas que luego las leo y ni las entiendo. 

Me lo imagino. La literatura de Tomeo siempre tendrá algo de artesanal, de mecano construido desde abajo. El trabajo de un albañil disciplinado y el sueño loco de un mago. 

Concentración literaria

JT: A veces me siento delante de una cuartilla en blanco porque tengo ganas de escribir aunque no sé de qué. Entonces empiezo dibujando una letra. La que sea. Una ‘e' pues una ‘e'. La dibujo, la decoro. Me doy tiempo. Y luego la acompaño de la siguiente. Una ‘l' pues ‘l'. Luego otra palabra. 'Hombre' por ejemplo. Y otra y otra. ‘El hombre avanza lentamente por la llanura'. La historia se empieza a mover.
CZ: Tus novelas tienen mucho de juego, de irse construyendo a medida que las escribes y que las lees. 
JT: Sí, escribo historias que trascienden la realidad a base de automatismos mentales. Situaciones dramáticas que encuentran su camino y llegan a finales inesperados. Las historias van llegando.
CZ: Tus personajes también obedecen a sus propios automatismos.
JT: Claro, si yo funciono a base de automatismos, los personajes también. Echan a andar y me escriben la historia. Tienen reacciones inesperadas. Me gusta abandonarme al ello, al subconsciente. Pero siempre basándome en la realidad. 

Nos tomamos el café. Él sin azúcar. Nos lo sirve Alejandra, una chilena simpática y amable que ayuda a Javier, especialmente ahora que anda mal de la pierna “a causa de corregir tanto y estar tantas horas sentado escribiendo”. Corrige mucho. Muchísimo. De ahí pasamos a hablar de los autores que hacen libros de 800, 1000 páginas. Tomeo menciona a Ken Follet. 

JT: Yo es que practico eso que se llama concentración literaria. Si puedes utilizar para decir algo dos palabras no utilices cuatro.
CZ: A esa clase no asistió Ken Follet. 
JT: ¿Pero qué hacen estos tíos? ¿Hacen novelas históricas? Eso no son novelas son reportajes literarios. ¿Las venden a peso? 

Palabras iluminadas

Me viene a la memoria en una charla en grupo con James Ellroy que decía que sus libros cada vez tienen más páginas porque tiene más ex esposas a las que pasar pensión. Después de eso cogió su móvil, llamó a su casa y se puso a hablar con su perro. Desconozco si el perro le contestaba. El librero Paco Camarasa asegura que sí. 

JT: Me siento muy cómodo en el cuento. Tengo muchísimos. Desde microrrelatos a más extensos pero no mucho. Breves pero muy corregidos. 
CZ: Tus narraciones se ven muy trabajadas. No hay nada superfluo.
JT: Es que quiero que las palabras estén iluminadas por dentro. Que tengan una luz interior. Los críticos franceses han dicho de muchos escritores españoles que son oradores que escriben, que utilizan palabras muy altisonantes a base de gerundios, alto, grande, espléndido, y tienen razón. 

El café se me ha enfriado. Pero como me enseñó mi madre, si vas de visita, el café con leche te lo acabas y las galletas ni tocarlas. 

CZ: Me gusta mucho de tus historias que los personajes tratan ante situaciones ilógicas seguir actuando siempre con sentido común, que no pierdan el control. 

Y como era de prever aparece K. Yo me había prometido no mencionarle porque imagino que Tomeo ha de estar cansado de hablar de él tanto como yo del futuro de la novela negra. Pero K y T son buenos amigos. En el fondo es un lujo tener de compañero de viaje a Franz. 

JT: Como los personajes de Kafka. Están ahí desvalidos. Se van moviendo en círculos concéntricos. La narración vuelve, vuelve, vuelve. Se repite, se repite y se repite. Pero yo ya me parecía a Kafka antes de leerlo. Entiéndeme, no lo había leído en profundidad. La metamorfosis y poco más. Pero no está mal ¿eh? Lo considero uno de los mejores escritores del siglo XX, de la Historia de la Humanidad. Luego me fui diferenciando. Ese sentido del humor negro, aragonés. Castellet me llamaba ‘víctima de Kafka'. Pero también estudié Derecho. Y Criminología. Y estudié a Freud, el ‘Yo', el ‘Ello', todas esas cosas y fui hacia una literatura marginal. Quizás de haber leído a Kafka en profundidad hubiera escrito distinto.
CZ: También él. 

Literatura de acoso y derribo

Tomeo se ríe. Está muy contento con el libro de Páginas de Espuma. Me quiere enseñar la portada. La busca en su portátil. Se hace un lío pero la encuentra. La foto -“de una chica fotógrafa nueva, muy buena”- de la portada es de su cara, embozada tras el cuello de un abrigo. 

CZ: Si echas una mirada hacia atrás ¿qué cosas son las mejores y las peores de dedicarse profesionalmente a la literatura?
JT: Peores hay muchas.
CZ: ¿Cuáles?
JT: El corregir y corregir. La perfección es difícil de encontrar pero mis primeras novelas, El castillo de la carta cifradaAmado monstruo o Historias mínimas son redondas, en cierta manera.
CZ: ¿Eso condicionó los siguientes libros?
JT: Yo he ido escribiendo.
CZ: Pero tu caso es distinto. Desde tus primeros libros la sensación que uno tenía es que ya eres poseedor de un estilo muy propio, muy hecho.
JT: ¿Sabes qué pasa? Que cuando yo empecé se estilaba el realismo. La literatura debía ser un instrumento de acoso y derribo. Y yo lo intenté. Esos libros que hablaban de unos emigrantes que llegan a Barcelona y se enfrentan a un medio hostil… Yo me daba cuenta de que eso no era lo mío, no era lo que yo quería contar. Nunca llegué más allá de la página quince.
CZ: A medida que vas formándote como lector y escritor, creo que hay un problema que has de equilibrar…
JT. ¿Cuál?
CZ: Vas leyendo y formalmente escribes mejor pero si pierdes la desfachatez de con lo poco que uno había leído y escrito del principio, y se creía que el mundo tenía que escucharte, leerte. Si pierdes eso, lo pierdes todo ¿no?
JT: Hablas del arrojo, de la juventud, en suma.
CZ: Tú siempre has conectado con un público joven. Pasan los años y añades sangre nueva a tus lectores.
JT: Siempre me ha pasado. Tengo lectores muy fieles. Y jóvenes. Tengo ciertos fanes. Soy pocos pero de mucha calidad. Buenos lectores. A veces me escriben y se nota que saben leer, que tienen criterio. 
CZ: Además ahora hay editores jóvenes... ¿Has publicado con Alpha Decay? ¿Qué tal la experiencia?
JT: Muy bien. El editor era amigo mío. Gente joven que con los medios que hay ahora pueden publicar de forma fácil y bien lo que antes era un trabajo que ni te imaginas. Hay muy buen pequeño editor.
CZ: Sí, gente que cuida lo que pone en el catálogo. Los de Libros de Asteroide, Minúscula... Pero sobre todo tú has publicado con Anagrama.
JT: Sí, podría decir que es mi editorial. Sigue siendo muy buena editorial. Tú ¿dónde publicas?
CZ: En RBA.
JT: RBA está muy bien. ¿Y Anagrama? ¿Has probado con ellos?
CZ: Lo intenté con mi anterior novela, Tarde, mal y nunca pero nada, no me quisieron. Para mí publicar en Anagrama era algo especial. En los primeros 80 en que empecé a leer en serio, su colección de Narrativas, en especial la extranjera, era brutal. Un hallazgo libro a libro. Sam Shepard, La soledad del guerrero, Capote, La conjura de los necios... 

A Tomeo le gusta dibujar. Confiesa que no es que lo haga muy bien pero que para él, a veces, es importante, dibujar a sus personajes, o el Castillo, o una butaca de cine o las escenas que la propia historia va desarrollando. En el Centro Pompidou proyectaron una serie de dibujos suyos. No es dibujante aclara “si lo intento hacer bien, lo haré mal”. Tomeo tiene consideración de delicatesen en sus traducciones al alemán o al francés, lectores que quizás no entiendan del todo su humor o de la lógica de sus historias, pero que conectan con él de algún modo. Suena el teléfono. Un grupo de teatro de Madrid están preparando un montaje sobre algunos textos de Historias mínimas. Tomeo está encantado. Si puede, acudirá al estreno. 

JT: Me han llevado mucho al teatro. Gustan las historias. Y son montajes baratos. Pocos personajes, escenarios sencillos.
CZ: Es que cuando afrontas tus cuentos o las novelas o los textos dramáticos uno no tiene claro que sean compartimentos estancos.
JT: Pues eso me preocupa bastante en el sentido de que cuando escribo narrativa, escribo narrativa y el éxito -relativo- en las adaptaciones teatrales de las novelas me pueda condicionar y me salgan las cosas demasiado teatrales. Pero como soy amigo de la brevedad, de la economía del lenguaje tampoco lo veo mal. Además creo que ha llegado un momento en que se ha de hacer otro tipo de literatura. Hemos de competir con los nuevos instrumentos culturales.
CZ: Jugar con la celeridad, el grado de atención, lo visual y las ventajas de la palabra pero sin ensimismarse, ¿no estás de acuerdo?
JT: Sí, precisión, economía de lenguajes. Los grandes maestros se lo podían permitir. Pero la decadencia de la literatura -hablo de literatura de verdad no de reportajes literarios- llega cuando olvida que ha de competir con los otros instrumentos culturales. 

Buñuel y cuatro más

Hora de acabar. Alejandra -que había ido a la farmacia- parece que ha vuelto. Una puerta que se abre y se cierra. La chica no contesta. Mundo Tomeo. Le pregunto si le gusta el cine “sí, pero Buñuel y cuatro más. Ahora solo sirve para la televisión, alfombra roja y la actriz de turno enseñando la teta”, la música. 
JT: Escribo con jazz, música moderna, dodecafónica, con ruidos aquí y allá, los rusos. La música excelsa, demasiado perfecta, no me interesa mucho. Demasiado hermosa. 

Suena otra vez el teléfono. Me despido. Javier me acompaña a la puerta. Casi me sabe mal que me haya dejado escapar del Castillo. Las gafas de escritores como Tomeo hacen que la lógica absurda sea asumible y los reyes simples cartas de naipes. 


Javier Tomeo
Foto de Antonio Moreno



Otro escritor de lo mínimo que me fascinó en este proceso de descubrimiento fue Javier Tomeo. Usaba la técnica del guión en su literatura, lo que me descubrió que podía unir mi faceta de guionista con la de escritor literario. Además, Tomeo lidiaba a la perfección con algo tan difícil como es el diálogo. Sus microguiones de teatro de las Historias mínimas son genuinos, impactantes y plagados de imágenes bellísimas (luces que niños prenden del pelo de sus madres o paisanos que apagan estrellas con un dedo).
Manuel Espada





"Me siento, pues, feliz en mi insignificancia. Sepan, además, que en nuestra pequeñez, nosotros somos criaturas unisexuales que cada año -cuando llega el momento de fecundar a nuestras hembras- tenemos la oportunidad de descubrirnos infinitos. "


Javier Tomeo, Cuentos perversos



Muere Javier Tomeo, un monstruo literario

El autor ha sido un inclasificable de las letras españolas, creador de un extraño imaginario



Tomeo, fotografiado en 2012. / MARCE-LÍ SÁENZ
La mujer tuerta a la que su marido le recrimina que se ponga el ojo de cristal, el despertador que funciona como un cangrejo, el niño de las dos cabezas y esa bestial unión del bien y el mal que era el gallitigre, cruce del felino enamorado del ave, entre otras muchas criaturas aberrantes, están desde ayer huérfanos después de que el corpacho de su padre, Javier Tomeo, no pudiera resistir más las múltiples complicaciones de una diabetes que en los últimos meses le llevaban a dormir mal y a moverse "como un caracol" (de nuevo su amado mundo animal) y falleciera por una grave infección en el hospital Sagrado Corazón de Barcelona, a los 80 años.
Esos seres que poblaron una de las obras más inclasificables del último medio siglo de las letras españolas no surgieron de la infancia de ese niño nacido en el pueblo oscense de Quicena en 1932. Entonces solo había lecturas de Verne y Salgari, aunque en la genética debía haber algo de la tierra. “Soy aragonés, no puedo escribir más que negro y Buñuel es mi Dios; quizá tuvo la culpa la pintura de Goya”, se parapetaba el escritor. Luego, al poco tras un ligero silencio y una mirada más allá del interlocutor, la confesión: “En parte, mis personajes son nacidos de mis carencias”.
Esa dualidad, una dureza que provenía de una notable estatura y una voz grave pero que hacía de baliza de unos sentimientos nobles y tiernos, marcó tanto la vida como la obra del escritor, pronto afincado en Barcelona tras la emigración de sus padres. Ahí cursó Derecho y, más tarde, Criminología (“para saber más del alma humana”), que no sepultaron una vocación que arrancó con novelitas de quiosco bajo el pseudónimo de Frantz Keller. “Te pagaban de 10 a 25 pesetas y firmabas con nombre extranjero porque si no, en este país, no te compraban”, justificaba.
En esa cultura pulp castiza y en el despacho de la multinacional Olivetti se fue forjando una escritura personalísima, de literatura del absurdo, de regusto kafkiano y, lo más inquietante, que se daba en espacios y situaciones bien normales. Así surgiría en 1967 su primer libro, El cazador, donde un hombre se encierra en su habitación para no ver nunca a nadie más. Se lo había editado Tomás Salvador desde el pequeño sello Marte, como torna por lo poco que pagaba a aquel joven que trabajaba horas allí. El camino estaba trazado. Pronto llegaría El unicornio (1971), donde los espectadores a una función son aniquilados uno a uno. Nada, algo normal. O El castillo de la carta cifrada (1979). Muchos de esos títulos ya estarían poblados por esos seres extraños, a mitad del animal y del hombre, que le caracterizaron. “El monstruo permite señalar defectos y moralizar; el lector, más que nunca, necesita hoy ser moralizado”.
Ese mundo de Tomeo no encajaba entonces. Eran tiempos del realismo social. Él lo intentó con la historia de un limpiabotas emigrante… “Pero me cansé de mi mismo a las 20 páginas y me acordé de que Pereda lo había hecho antes mucho mejor cien años atrás; por suerte, me dio entonces por leer a Kafka, a Sartre, a Hansum, a Poe…”. Se desmarcó del realismo e impuso a sí mismo y a su literatura su fuerte personalidad, lo que provocó aquel comentario de Juan Benet, que aseguró que sus novelas eran simples croquetas de idéntico sabor. “Bueno, fui una víctima de Kafka, al que llegué por Freud. Mi mundo y mis personajes han sido el Ello freudiano, lo inconsciente, las pulsiones”…
Debió esperar Tomeo hasta mediados de los ochenta para que esa trayectoria fuera reconocida. Ocurrió en 1985, con Amado monstruo, inocua entrevista de trabajo que va desvelando la extraña personalidad (y también la morfología) del aspirante. De pronto, todo encajaba: ese surrealismo y una fraseología breve fruto de una destilación del lenguaje poco usual acabó, en pleno momento Tomeo, siendo representada como obra teatral en París en 1989, el mismo año que aparecía su libro preferido, Historias mínimas, un prestigio que apuntalarán El gallitigre (1990), El crimen del cine Oriente (1995). Sus obras empiezan a representarse hasta en Alemania. El eco es tal que incluso desde su tierra se impulsó su candidatura al Premio Nobel.
En un reflejo de su propia vida sincopada, su luz parece languidecer y él, con casi medio centenar de obras, fue encerrándose en sí mismo, acentuando su manía de corregir y corregir sus textos. El mundo cultural y literario pareció haberlo olvidado, como si su tiempo hubiera pasado. Nunca obtuvo un gran premio. “No, no se ha sido injusto conmigo; puedo vanagloriarme de tener lectores de culto cada generación”, se defendía. Y las ediciones de sus Cuentos completos el año pasado y hace unos meses de Constructores de monstruos parecen darle la razón. Un rato después, la confesión: “Me he ido apartando del mundo literario; una novela mía hoy es como tirar una piedra al agua. En muchos premios me veo rodeado por escritores mediáticos y me pregunto: ‘¿Qué hago yo aquí?’. Es un agravio comparativo constante”.
Poco amante de la televisión (“solo me sirve para ponerme de mala leche, pero eso me ayuda a escribir”, admitía), parecía él mismo uno de sus entrañables monstruos, incapaz de encajar en el mundo. Seguía escribiendo a diario, riguroso, sin tregua consigo mismo (“si puedo decir algo en cuatro palabras no uso ocho”), en particular por las mañanas cuando, decía, “oigo cantar a los pájaros y al alguna vecina por el patio interior; eso infunde optimismo: por las mañanas todo parece posible”.
Vivía solo, no tenía hijos y ya hacía tiempo que se dedicaba casi exclusivamente a releer, “libros-herramientas”, decía él, como el Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Si se le forzaba mucho, soltaba los nombres de Shakespeare, de Dante y el Quijote de Cervantes.
No citaba contemporáneos porque no leía nada de nadie para, en realidad, no contaminarse. Para ser un monstruo en estado puro.

Javier Tomeo o la fuerza del absurdo

El escritor tuvo lectores fieles y una crítica que supo entender sus siempre peculiares novelas, cuentos, microrrelatos, bestiarios y fábulas




Javier Tomeo, en El Escorial en 1999. / SANTI BURGOS
Hizo mutis Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932-Barcelona, 2013) de la manera más absurda posible, pues entró en el hospital a paso de caracol, debido a una ciática, y lo mandaron a Montjuïc con una infección, en una muerte más propia de cualquiera de sus estrambóticos personajes. No sé si alguien habrá llegado a conocer realmente a este hombre escéptico, solitario y afable, más aficionado a hablar él que a escuchar a los demás, gran observador de la realidad, sobre todo de las peculiaridades humanas, con algo de amado monstruo recluido en su patíbulo interior, oyendo los cantos de las vecinas y de los pájaros a través de las ventanas del patio de su casa.
Tardó Tomeo en llegar a la literatura, tras años escribiendo novelitas de quiosco para Bruguera, con el seudónimo de Frantz Keller, traduciendo libros sin firmar, como ocurrió con alguna de las mejores novelas de Juan Perucho, mientras estudiaba Derecho y algo de Criminología, y trabajaba en la editorial Marte y luego en la multinacional Olivetti, donde no consigo imaginármelo.
El reconocimiento literario empezó cuando Anagrama le publicó una novela entonces tan atípica como El castillo de la carta cifrada (1979), pero sobre todo con el éxito en Europa, en Francia y Alemania especialmente, del montaje teatral de Amado monstruo, novela publicada en 1985. Después siguieron otros dos libros importantes en su trayectoria: Historias mínimas (1988) y El crimen del cine Oriente(1995). El primero, un extraordinario volumen de singulares microrrelatos, pues se alejan de lo estrictamente narrativo para acercarse al teatro. En España fue José María Pou el mayor valedor de las posibilidades teatrales de su narrativa, y quizá también el mejor intérprete.
En una ocasión, el gran Juan Benet comentó que los libros de Tomeo eran como croquetas. Es cierto que nuestro autor pecó de prolífico, pero los cuatro títulos que hemos citado son singulares; así también su concepción de la literatura, entre lo fantástico, lo paradójico y lo grotesco, y sus personajes, seres que monologan o dialogan como ningún otro en la historia literaria, para acabar desenvolviéndose en círculos concéntricos que se alejan, según le gustaba afirmar a Tomeo. Aun cuando le hayan buscado antecedentes prestigiosos, de la estirpe de Goya, Poe, Freud, Kafka o Buñuel, sí se alimentó, los cita con frecuencia en su narrativa breve, de clásicos como Aristóteles, Plinio, Caudio Eliano, El Fisiólogo o Buffon.
No tuvo, desde luego, el reconocimiento que merecía, ni siquiera le concedieron el Premio de las Letras Aragonesas, para vergüenza de sus paisanos. En la que seguramente debió de ser la postrera entrevista que concediera, publicada en el último número de la felizmente renacida revista Quimera, comentaba la aparición de una nueva novela:Constructores de monstruos (Alpha Decay), a la que habría que añadirEl amante bicolor, que en otoño publicará Anagrama, su editor por antonomasia, aunque me consta que sentía mucha simpatía por el joven editor Enric Cucurella. Parece que ha logrado terminar asimismo un libro de microrrelatos, encargo de Menoscuarto, que iba a llevar un prólogo de Irene Andres-Suárez, quizá junto a Ramón Acín, quienes más profundizaron en el conocimiento de su obra.
Tampoco fue un escritor de masas (publicar sus libros, le confesaba en este periódico a Carles Geli, “es como tirar una piedra al agua: hay un chasquido y luego surgen ondas concéntricas que desaparecen rápido”), pero sí tuvo lectores fieles y una crítica que supo entender sus siempre peculiares novelas, cuentos, microrrelatos, bestiarios y fábulas. El crítico y escritor Julio Manegat fue su primer valedor, y con él andará ya, dondequiera que esté, seguramente de tertulia, en la compañía de Tomás Salvador y de su refunfuñón alter ego Ramón.


OBRA

Narrativa
En El cazador (1967), un hombre se encierra para siempre en una habitación de su propia casa como un eremita para no tener que tratar con su madre. En El unicornio (1971), cuya forma es la de un libreto con acotaciones, los espectadores de una obra de teatro van cayendo uno a uno como en una novela policiaca expresionista. El castillo de la carta cifrada (1979) es, para el crítico Rafael Conte una “fábula sobre la imposibilidad de escribir y mandar cartas a pesar de todo”. En Amado monstruo (1985), una de sus obras maestras, disecciona una entrevista de trabajo marcada por el complejo de Edipo de sus protagonistas. En El cazador de leones (1987), es el monólogo de un hombre que trata de conquistar a una mujer por teléfono que nunca responde. Bestiario (1988) recoge la vida de numerosos animales, particularmente de los insectos. En Preparativos de viaje (1991) da cuenta de la imposibilidad de un vendedor de sillones giratorios para adentrarse en las fronteras de un misterioso país llamado Benujistán. La agonía de Proserpina (1993) introduce por primera vez a un personaje femenino real, frente a las mujeres ausentes habituales hasta entonces en su narrativa. Conversaciones con mi amigo Ramón (1997) tiene por motivo sus divagaciones con Ramón Riera, personaje muy recurrente en la obra de Tomeo. En Los nuevos inquisidores (2004) comprende una amplia retrospectiva de los cuentos de Tomeo desde finales de 1950 hasta el presente, muchos de ellos inéditos y todos revisados por el autor especialmente para esta edición. En La mirada de la muñeca hinchable (2003) un hombre solitario urde un diálogo imposible con una muñeca de plástico en un mundo general del que sólo oye los ruidos. Este solitario no necesita que le contesten y por esa misma razón también entabla de vez en cuando alguna conversación con su madre muerta. En El cantante de boleros (2005), narra la vida monótona de otro hombre solitario, con ínfulas de cantante, que habla también con su madre muerta. Como puede verse, muchos de sus protagonistas son personajes solitarios, autistas o con problemas de comunicación.

Teatro
Algunas de sus obras han sido llevadas a los escenarios con gran acogida de la crítica, sobre todo en Francia. Amado monstruo (Monstre Aimé) se estrenó en el Teatro Nacional de la Colline de París en 1989 con estruendoso éxito. Meses después se estrenó en Zaragoza la versión española. Y von Chaix estrenó El cazador de leones con el título Le chasseur de lions, Grenoble, 1990. La versión española fue dirigida en 1993 por Jean-Jacques Préau. También se adaptaron con rotundo éxito Historias mínimasEl castillo de la carta cifrada (estrenada primero en Colonia, 1993 y cuatro años después en París por la Comédie Française ), Diálogo en re menor (primero en Alemania, y en español en 1996) y Los misterios de la ópera (1999). El Centro Dramático de Aragón montó La agonía de Proserpina en 2003.

Estilo
Tomeo es un escritor muy imaginativo que posee un mundo propio original, si bien utiliza la técnica kafkiana de la parábola, y en algunos aspectos es comparable a Thomas Bernhard y Luis Buñuel. Así pues, su narrativa es con frecuencia experimental, inspirada a veces en la perspectiva de las cosas, los animales y otras formas de vida. Sus ficciones proceden por acumulación de detalles ilógicos hasta alcanzar la exarcebación del absurdo en medio de la realidad más cotidiana, con un contenido crítico hacia la incoherencia de la organización social. Su visión de la condición humana es, pues, dramática y existencial, pero también muy lírica y humorística, y subterráneamente simbolista, que se declara crípticamente contra todo nacionalismo, autonomismo, machismo y feminismo, contra toda dictadura real, o escondida, todo tópico, todo falso idealismo, todo prejuicio, los medios de comunicación (la televisión sobre todo), defendiendo la animalidad, los instintos y la monstruosidad de los seres humanos, desde la incomunicación total en la que el ser humano se hunde.
Su estilo es sobrio y minimalista, de frase corta. Es un mastro del cuento, que reúne en colecciones por su forma (Historias mínimas), por su tema (Problemas oculares), su moral (Cuentos perversos), o su simbolismo (Zoopatías y zoofilias). Cada uno empieza con una situación desconcertante, que se suele llevar a un final abierto. De ahí que sus historias tengan más de una interpretación y sean cantera para una futura literatura clásica. Su obra narrativa ha sido traducida a varios idiomas y es premio Aragón a las letras del año 1994 y medalla de oro del ayuntamiento de Zaragoza. Además, escribe habitualmente artículos en distintos medios de comunicación, como ABC.


BIBLIOGRAFÍA

  • Historia de la esclavitud, [con el pseudónimo Frantz Keller, Barcelona: Forma] (1962)
  • La brujería y la superstición en Cataluña [junto a Juan María Estadella] (1963)
  • El cazador (1967)
  • Ceguera al azul (1969)
  • El unicornio (1971)
  • Los enemigos (1974)
  • El castillo de la carta cifrada (1979)
  • Amado monstruo (1984)
  • Historias mínimas (1988)
  • El cazador de leones (1989)
  • La ciudad de las palomas (1990)
  • El mayordomo miope (1990)
  • El gallitigre (1990)
  • El discutido testamento de Gastón de Puyparlier(1990)
  • Problemas oculares (1990)
  • Patio de butacas (1991)
  • Preparativos de viaje (1991)
  • Diálogo en re mayor (1991)
  • La agonía de Proserpina (1993)
  • Zoopatías y zoofilias(1993)
  • Los reyes del huerto (1994)
  • El nuevo bestiario (1994)
  • El crimen del cine Oriente (1995)
  • Conversaciones con mi amigo Ramón (1995)
  • Los bosques de Nyx (1995) (pieza teatral)
  • La máquina voladora (1996)
  • Los misterios de la ópera (1997)
  • Un día en el zoo (1997)
  • El alfabeto (1997)
  • Napoleón VII (1999)
  • La rebelión de los rábanos (1999)
  • Patíbulo interior (2000)
  • La patria de las hormigas (2000)
  • Otoño en Benasque, los Pirineos (2000)
  • Bestiario (2000)
  • El canto de las tortugas (2000)
  • La soledad de los pirómanos (2001)
  • Cuentos perversos (2002)
  • La mirada de la muñeca hinchable (2003)
  • Los nuevos inquisidores (2004)
  • El cantante de boleros (2005)
  • Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes (2005)
  • La noche del lobo (2006)
  • Bestiario [ilustraciones de Natalio Bayo] (2007)
  • Los amantes de silicona (2008)
  • Pecados griegos (2009)





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