domingo, 1 de septiembre de 2013

Lucia Joyce



FICCIONES

Lucia Joyce

(26 de julio de 1907 - 12 de diciembre de 1982)



Lucia Anna Joyce, hija del escritor irlandés James Joyce y de Nora Barnacle, nació en Trieste (Italia) y murió en un hospital psiquiátrico en Northampton (Inglaterra).

El italiano fue la primera lengua de Lucia (escrito sin acento, a la italiana) y aquella en que se escribía con su padre. Estudió ballet en su adolescencia, llegando a merecer practicar con la famosa bailarina Isadora Duncan. Lucia empezó a mostrar síntomas de enfermedad mental en 1930, hacia la época en que conoció al escritor Samuel Beckett, asistente de su padre a la sazón; ambos tuvieron alguna cita. La enfermedad de ella motivó el alejamiento de Beckett. Éste confesaría más tarde a su amiga Peggy Guggenheim que «estaba muerto y que no tenía sentimientos humanos»; ésa era la razón por la que no había sido capaz de enamorarse de Lucia. En 1934, el psiquiatra Carl Jung atendió a Lucia como paciente. Poco después Lucia fue diagnosticada como esquizofrénica en la clínica psiquiátrica Burghözli de Zúrich. Murió en 1982, en el St Andrew's Hospital de Northampton, Inglaterra.






Su estado mental, así como la documentación relativa al mismo, ha sido objeto de un estudio reciente a cargo de Carol Shloss, quien considera que Lucia de alguna forma fue la musa inspiradora de Finnegans Wake, la última obra de su padre. El estudio hace referencia a las cartas entre Lucia Joyce y su padre, y se convirtió en motivo de un litigio por uso indebido interpuesto por la testamentaría de James Joyce. El litigio fue resuelto el 25 de marzo de 2007.


Lucia Joyce con sus padres


Carol Shloss cuenta que Carl Jung, después de leer Ulises, pensó que el padre también sufría de esquizofrenia. Jung afirmó que ambos, padre e hija, se deslizaban al fondo de un río, sólo que él sabía bucear y ella se hundía irremediablemente. El tipo de relación que mantenía Joyce con su hija esquizofrénica es desconocido, debido a que el heredero actual de Joyce, Stephen Joyce, quemó los miles de cartas que se escribieron padre e hija, cartas recibidas por él a la muerte de Lucia, en 1982. Stephen Joyce afirmó en una carta al editor del New York Times: «En cuanto a la destrucción de la correspondencia, se trataba de cartas personales dirigidas por Lucia a su familia. Fueron escritas muchos años después de morir Nonno y Nonna [es decir, Joyce y Nora Barnacle] y no se referían a ellos. También fueron destruidas algunas tarjetas postales y un telegrama de Samuel Beckett para Lucia. Esto se hizo a requerimiento del propio Beckett por escrito.»



En 2004 se estrenó en el West End londinense una obra inspirada en la relación de Lucia con Samuel Beckett: Calico, escrita por el dramaturgo británico Michael Hastings.


Source: Wikipedia


El trágico amor de Lucia Joyce

Lucia Joyce y Violet Gibson tienen tumbas vecinas en el cementerio del Hospital Psiquiátrico de San Andrés en Northampton, pero sus historias sólo se entrelazaron en la muerte. La primea fue la hija del escritor James Joyce, internada desde jovencita en centros para discapacitados mentales, y la segunda una aristócrata irlandesa que intentó asesinar a Benito Mussolini en Roma en 1926.
La biografía de Gibson, publicada hace poco, ha servido para divulgar una foto hasta ahora desconocida de Lucía y nuevos detalles sobre su desgraciada vida, destrozada por su amor no correspondido con el dramaturgo Samuel Beckett (‘Esperando a Godot’), asistente de James Joyce en el París de los felices años veinte y que la abandonó diciéndole que por quien estaba realmente fascinado era por su padre, no por ella. Un golpe así deja K.O a cualquiera.
Es lo que le ocurrió a Lucia, única hija y ojito derecho del autor de ‘Ulises’, hasta entonces una prometedora bailarina, que se encerró en sí misma y desarrolló un comportamiento violento. En una fiesta con ocasión del cincuenta cumpleaños de su progenitor, se enzarzó en una discusión con su madre (Nora Barnacle) y le arrojó una silla a la cabeza. Fue la gota que colmó el vaso e hizo que su familia la internara primero en una institución de la Francia ocupada por los nazis, y posteriormente en el siniestro hospital de Northampton donde se pasó los últimos cuarenta años de su vida diagnosticada como esquizofrénica, sin recibir visitas y completamente sola.

Quien sí la visitó fue una admiradora llamada Helen MacTaggart, que la describió como una chica de enorme creatividad y talento que todavía seguía enamorada de Samuel Beckett después de tanto tiempo y a pesar de lo que le hizo. Cuando le contó que lo había visto hace poco en París, le preguntó celosa, con su voz gutural de fumadora empedernida, si gozaba de la compañía de alguna mujer, y sonrió satisfecha cuando le respondió que no. El amor es ciego.

Una obra de Michael Hastings titulada ‘Calico’, que fue uno de los grandes éxitos del West End en el 2004, narra la trágica relación triangular entre James Joyce, Lucia y Samuel Beckett. Pero todos los documentos que podrían aportar luz sobre la tragedia y son anhelados por los historiadores permanecen bajo llave en una caja fuerte, custodiados por los herederos de la familia, en particular Stephen Joyce, nieto del escritor.

De ahí el interés suscitado por la foto y los pocos detalles que aparecen en la biografía de Violet Gibson, la responsable del frustrado intento de asesinato del dictador fascista Benito Mussolini, cuyo acto fue atribuido a un trastorno mental y acabó en el mismo Hospital Psiquiátrico de San Andrés donde estaba Lucia. No se sabe si se hicieron amigas, si compartieron mesa, intercambiaron historias o pasearon juntas por los jardines. Lo que sí sabe es que están enterradas una a la vera de la otra, unidas en la muerte.






Lucia Joyce: la muchacha Arco Iris

Un libro recién publicado en los Estados Unidos revela aspectos hasta hoy desconocidos de la hija de James Joyce. Carol Loeb Shloss, la autora de la biografía, afirma que aquélla sólo fue un factor dominante en la obra del escritor; también fue una artista extraordinaria, con peso propio.


Era la iluminadora, la "maravilla salvaje". Así escribió James Joyce acerca de su hija, Lucia. Los estudiosos de Joyce la identifican con lo que han dado en llamar "la muchacha Arco Iris" de su obra maestra, Finnegans Wake: Issy, la tentadora que se irisa por arte de magia. Cierta vez, Joyce escribió en una carta que su mente tenía "la claridad despiadada del relámpago". Y añadió: "Es un ser fantástico". Sin embargo, en la mayoría de las biografías de su padre, Lucia es una figura marginal, una joven triste, bizca, que se enamora del secretario de su padre, Samuel Beckett, es rechazada y muere en un manicomio, en 1982.
Acaba de salir un libro, Lucia Joyce: To Dance in the Wake (Lucía Joyce: Bailar sobre la estela), que cambia por completo esta imagen. Su autora, Carol Loeb Shloss, profesora de lengua y literatura inglesas en la Universidad de Stanford, sostiene que Lucia no sólo fue una artista extraordinaria por derecho propio: también fue un factor dominante en la creación de Finnegans Wake. Quizás, aún más que su madre, Nora, considerada por largo tiempo la principal inspiradora de los personajes femeninos. "Lucia fue una musa fundamental para Joyce, quien se inspiró en ella y dependió de ella. Su relación ayudó a cambiar el rumbo de la literatura moderna", afirmó Shloss en una entrevista.
Sin duda, su interpretación suscitará polémicas. Los entendidos juzgan importante esta biografía porque Lucia fue el eje en torno al cual giró la obra de Joyce. No obstante, estuvo a punto de no publicarse por las objeciones que planteó Stephen J. Joyce, nieto del escritor. Según Shloss, la amenazó con entablarle un pleito si citaba material referente a su abuelo. "Tuve que rehacer el libro varias veces y suprimir cosas que me había llevado años encontrar. Fue muy doloroso", recuerda. Y agrega: "Ha imposibilitado el uso público de citas de Joyce".
Pese a estas restricciones, Shloss pudo incorporar a su libro datos novedosos, entre ellos varias fotografías inéditas de Lucia. Muestran a una joven hermosa en el centro del escenario de la danza parisiense de los años 20, una mujer sexualmente libre y autora de una novela, hoy perdida.
Shloss pudo acceder a dos cuadernos de memorias de Lucia, también inéditos, diversos documentos que Stephen Joyce habría olvidado retirar de la Biblioteca Nacional de Irlanda y los archivos de Richard Ellmann, biógrafo de James Joyce, que contenían información no utilizada por éste.
Morris Beja, secretario ejecutivo de la International James Joyce Foundation, leyó una de las primeras versiones del libro de Shloss. "Podría ser una obra capital, por cuanto no se ha apreciado debidamente la importancia que tuvo Lucia en la vida de Joyce", opina. Por su parte, Zack Bowen, un profesor de la Universidad de Miami y destacado experto en Joyce que conoce a fondo el trabajo de investigación de Shloss, dice que es un libro "magnífico".
Lucia nació en 1907, en la sala para indigentes de un hospital de Trieste, donde había emigrado su padre huyendo de las estrecheces de Dublin. Su nacimiento, afirma Shloss, liberó la creatividad de Joyce, que por entonces escribía Retrato del artista adolescente y se había atascado.
Shloss describe una niña difícil, dramática, enfurecida por el rechazo de Nora, que desalentaba su talento, el abandono de su padre egocéntrico y los celos de su hermano Giorgio, dos años mayor que ella y el predilecto de Nora. Cuando se publicó Ulyses, en 1922, Lucia cortó el cable telefónico para silenciar las llamadas congratulatorias. "C´est moi qui est l´artiste!" (¡La artista soy yo!), alegó.
Estudió danza con el hermano de Isadora Duncan, Raymond. Parodió con agudeza a Carlitos Chaplin. Recorrió Europa con una renombrada compañía de danza moderna. En 1927, tuvo un papel en el film de Jean Renoir La pequeña vendedora de fósforos. "Cuando sus dotes para la danza rítmica alcancen su plenitud, James Joyce tal vez sea conocido como el padre de Lucia", escribió un reportero del The Paris Times en 1928. Al año siguiente, abandonó el baile por la enseñanza. Shloss cita un comentario de Helen Kastor Joyce, madre de Stephen, que sugeriría que Nora la instó a hacerlo, celosa de la atención que despertaba. Un amigo comentó: "Es la venganza del adulto sobre el niño dotado y creativo".
Sus sucesivas relaciones afectivas fueron otros tantos fracasos. En 1932, pensó casarse con Alec Ponisovsky, que por entonces enseñaba ruso a su padre, pero él amaba a otra mujer y Lucia aún suspiraba por Beckett. Sufrió un colapso y pasó varios días en estado catatónico.
De ahí en más, rodó cuesta abajo. La trataron con veronal, montó rabietas en público, la hospitalizaron, le dieron el alta y volvieron a internarla en otras instituciones. Un día, prendió fuego a su habitación. La enviaron a Zurich, para que Jung la psicoanalizara. "Pensar que un suizo tan gordo, grandote y materialista intentará adueñarse de mi alma", habría comentado, según Ellmann.
Al morir su padre, en 1941, Nora y Giorgio se desentendieron de ella. Harriet Weaver, la mecenas de Joyce, asumió su custodia. En 1951, Lucia cambió de sanatorio por última vez: la trasladaron al St. Andrew´s, en Northampton (Inglaterra).
Joyce fue un hombre abstraído y atormentado. Aun así, dice Shloss, los padecimientos de Lucia se infiltraron en su obra maestra. Un amigo de la familia escribió acerca de él: "En aquella noche en que se debatía su espíritu, en esa perplejidad nocturna [cita de Finnegans Wake], yacía oculta la realidad punzante de un rostro bienamado".
"En los primeros borradores, advertimos que Joyce utiliza nombres de varones amigos de Lucia. Sus maestros de baile aparecen por todas partes. Basta ver la creatividad de la niña para percibir que, a través de ella, el padre va conociendo más el mundo. El lenguaje mismo de Finnegans Wake, esas palabras en constante movimiento, refleja el interés de Lucia por la danza", señala Shloss.
Lucia es quien ronda el final de la obra. La que dice aquellas palabras famosas: "Mis hojas se han dispersado. Todas. Pero una todavía se aferra a mí. La llevaré encima. De recuerdo. ¡Lff! Qué dulce es esta mañana, la nuestra. Sí. ¡Llévame contigo, papá, como aquella vez en la feria de juguetes!"
"Joyce --escribe Shloss-- dejó este homenaje y consuelo postreros a la hija que había sido su compinche secreta y turbulenta durante la mayor parte de su juventud."
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

EL CANCERBERO

No es la primera vez que Stephen Joyce, beneficiario de los derechos de autor de su abuelo, intenta poner fin a las citas de sus escritos en films, obras teatrales y trabajos de investigación. En especial, ha vigilado el material referente a Lucia y ha admitido por escrito que destruyó algunas cartas suyas.
En todos estos años, Stephen Joyce ha tenido varias reyertas con investigadores. Shloss lo acusa de haber retirado de la Biblioteca Nacional de Irlanda documentos esenciales sobre Lucia, donados por la familia de Paul Leon, otro secretario de James Joyce.
Por Dinitia Smith Nueva York, 2003 
The New York Times y LA NACION

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Dibujo de Lucia Joyce, en 'La niña de sus ojos'.
El cómic psicoanaliza a la familia Joyce

Los claroscuros que rodearon al autor de ‘Ulises’ y su entorno inspiran varias novelas gráficas




Suponemos que Joyce despreciaría a los tebeos. También desdeñó a Yeats. “Nos hemos conocido demasiado tarde: es usted demasiado viejo para ser influido por mí”, le espetó. Al irlandés le sobraban talento y soberbia. Punto de partida y tal vez punto final de una historia de la literatura. Además, bebedor, asiduo de prostíbulos, amante de Dublín aunque enemigo de patrias, sableador profesional de amigos y desconocidos. Dentro del gran creador habitaba un rotundo personaje.
El cómic sí le admira a él y ha sucumbido ante la intensidad biográfica del autor de Ulises y su familia. Además de las dos obras firmadas por Alfonso Zapico, Dublinés La ruta Joyce, que este mes reedita Astiberri, se ha traducido al español La niña de sus ojos (La Cúpula), del matrimonio Mary M. Talbot y Bryan Talbot, vibrante y cruda novela gráfica que ha merecido los elogios de Joe Sacco y que indaga en el desplome psicológico de Lucia Joyce, la hija del escritor.
Consciente o no, Joyce tejió a su alrededor un universo de seres singulares. O que tal vez se singularizaron al entrar en contacto con él. Algunos rasgos de Nora Barnacle, de la que se ha dicho de todo (que era analfabeta, que desconocía la obra de su marido, que no estaba a la altura del semidiós), superarían a la fictica Molly Bloom del Ulises. Ya viuda, le preguntaron su opinión sobre el escritor francés André Gide. Y dijo: “Indudablemente cuando has estado casada con el más grande escritor del mundo, no recuerdas a todos los hombrecillos”.

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Nora Barnacle y James Joyce, vistos por Alfonso Zapico en 'Dublinés'.
El padre del genio, los hijos del genio, la pareja del genio... la biografía que ha merecido el Premio Nacional del Cómic, Dublinés, de Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), reconstruye esa atmósfera errática de la familia, una existencia que oscilaba entre la anorexia económica y la bulimia derrochadora, las patadas a ciertas convenciones (James y Nora se casaron cuando estaban a punto de ser abuelos) y los secuestros por prejuicios machistas. El ensimismamiento. En aquel mundo cabían apenas dos.
A Mary M. Talbot, una investigadora británica que ha publicado libros sobre lenguaje, género y poder, le fascinó una figura secundaria: Lucia Joyce, la hija relegada, la niña de papá sin derecho a vida propia, la estrella fugaz que se esfumó en un universo de manicomios y residencias siniestras (pasó en ellas 40 años). En cierto modo (aunque sin su final) un alma gemela de Mary M. Talbot, hija de James S. Atherton, escritor irlandés que amó y estudió tanto a Joyce que redactó su reseña para la Enciclopedia Británica. Atherton fue un padre en permanente erupción, hosco, irritable y que sustituyó los gritos por el sarcasmo cuando su hija creció.
Aunque su progenitor se cayó del pedestal “estando muy vivo”, Mary M. Talbot se ha pasado la vida mirándose en el espejo de otras hijas doloridas, como Lucia Joyce o Sylvia Plath, a la que cita en su primera novela gráfica: “Mucho después, cuando leía la poesía de Sylvia Plath, pude identificarme con una parte de ella. Plath presentó en la radio su poema Papaíto [Papaíto: he tenido que matarte / Te moriste antes de que me diera tiempo…] poco antes de suicidarse”.
En La niña de sus ojos, Mary y el dibujante Bryan Talbot recrean la historia de la autora y, en paralelo, la biografía de Lucia Joyce, prometedora coreógrafa, intérprete... A los 21 años era una estrella en ascenso. “Puede que para cuando desarrolle todo su talento para la danza rítmica James Joyce acabe siendo conocido por ser el padre de su hija”, escribía la prensa francesa.

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Nora Barnacle y James Joyce, vistos por Mary M. Talbot y Bryan Talbot en 'La niña de sus ojos'.

En lo concerniente a su hija, James y Nora salen peor parados de la indagación de Talbot que de la de Zapico. La británica les achaca en parte el desequilibrio de su hija, cuyo talento es arrinconado y menospreciado en beneficio de la comodidad de su ilustre papá. Zapico libera a los padres de responsabilidad en la caída en el abismo esquizoide de Lucia, a la que dibuja como una mujer inestable que se derrumba tras un contratiempo amoroso con Samuel Beckett, por entonces secretario y discípulo de James Joyce.
Lucia, que se había montado una vida profesional en París, es obligada a mudarse a Londres contra su voluntad en 1931. En La niña de sus ojos se recrea una sobrecogedora conversación entre Nora, Lucía y James. Mientras esperan en Calais el barco que les alejará de Francia, Lucia se queja de que le truncan su carrera.
—Deja esas tonterías para él. ¿Tú te crees que me importa un comino lo que hace él? ¡Por los clavos de Cristo! ¡Si no tenemos un hogar y tu hija es una neurótica es por culpa de esas idioteces que escribes! —espeta la madre.
—Nora, por favor... —suplica el escritor.
—¡Nos has dado una vida insoportable! —continúa Nora.
—Lucia, querida, no necesitas preocuparte por tu carrera. Como bien sabe tu madre, lo único que importa es que sepas entrar en una habitación de la forma adecuada.




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