sábado, 10 de mayo de 2014

P.D. James

P.D. James
Phyllis Dorothy James
(1920)

Escritora británica, destacada artífice del resurgimiento de la novela policíaca en su línea clásica. Hija de un funcionario de clase media, Phyllis Dorothy James creció en la ciudad universitaria de Cambridge. Por dificultades económicas tuvo que interrumpir sus estudios a los dieciséis años, y a partir de entonces se convirtió en autodidacta. En 1941 se casó con un estudiante de medicina que regresó de la guerra mentalmente desquiciado y pasó gran parte de su vida en hospitales psiquiátricos. Para sacar adelante a su familia (su marido y sus dos hijos), James trabajó en la administración de un hospital.


P. D. James


Tras la muerte de su esposo en 1964, trabajó como funcionaria en el Departamento de Política Policial y Criminal como experta en delincuencia juvenil. Esta experiencia le sirvió sin duda como base para su actividad de escritora, iniciada ya en la madurez con novelas policíacas en las que destaca su dominio del detalle y la perfecta caracterización de los personajes. Con Innocent Blood (Sangre inocente, 1980) asentó su fama como novelista, mientras que la novela futurista The children of men (Los hijos de los hombres, 1992) confirmó su talento narrativo más allá del género detectivesco.

Su obra Cover her face (Cubridle el rostro), de 1962, fue la primera de una serie de novelas policíacas de gran éxito, entre las cuales destacan, junto a las ya citadas, Shroud for a nightingale (La mortaja del ruiseñor, 1971); The black tower (La torre negra, 1975); Death of an expert witness (Muerte de un testigo perital, 1982); A taste of death (Sabor a muerte, 1987); Devices and desires (Aparatos y deseos, 1989); y A certain injustice (Una cierta injusticia, 1997). Muchas de sus historias fueron adaptadas para la televisión. En 1991 ingresó en la Cámara de los Lores con el título de baronesa de Holland Park.


P.D. James
by June Mendoza









Hijos del hijo

 Por Sergio Di Nucci


De pronto, las mujeres dejan de concebir. Las alarmas son inmediatas: se trata de una amenaza más científicamente predecible, más inexorable que la bomba atómica para determinar que el dominio de la especie humana sobre la Tierra tiene fecha de vencimiento. La versión cinematográfica de esta pesadilla futurista llegó a nuestro país con el film Niños del hombre (Children of Men), elogiada adaptación de una novela de P.D. James publicada en 1992. Tanto el original de la escritora británica, que habitualmente es religiosa autora de bisexuales novelas policiales, como la adaptación del mexicano Alfonso Cuarón confirman una tendencia de la ficción de anticipación de los últimos tiempos: parece imposible pensar el futuro sin creer que sus rasgos más salientes, más característicos, quedarán delineados por los cambios que sufrirán, y sobre todo que nos harán sufrir, las ciencias y las tecnologías.
No es imprescindible erudición en historia literaria para saber que no siempre fue así. Durante el Renacimiento podían existir visiones halagüeñas y hasta celebratorias de los futuros posibles. Ejemplar resulta la Utopía (1516) de Santo Tomás Moro, el canciller católico decapitado por su rey Enrique VIII: el futuro podía ser el punto de llegada de nuestras felicidades. La utopía (“no hay tal lugar”, según la etimología griega) era también eutopía (ese término que es bueno, como la buena muerte de la eutanasia).

UNA GUIA PARA EL APOCALIPSIS

En el siglo XX, la novela de anticipación que describe una sociedad futura –género distinto al de la ciencia ficción, que es una novela de aventuras en un entorno diversamente tecnológico– se volvió distópica: de llegar, nuestro futuro será cuanto menos inquietante. De modo que la obra funciona como un aviso acerca de qué acciones hay que tomar hoy, con urgencia, para no llegar a esos momentos de catástrofe. Para limitarnos a las letras inglesas, Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, 1984 (1949) de George Orwell y aun La naranja mecánica (1962) de Anthony Burgess son ejemplos de la tendencia. La novela de anticipación, que antes era revolucionaria, se ha vuelto reaccionaria: ya no se trata de una guía de instrucciones para llegar a un futuro promisorio sino para impedir que los días por venir sean distintos, con la debida concientización, de los de ayer.
Si la novela y el cine nos advierten sobre los peligros de la ciencia, también lo hacen sobre el mal uso de estos conocimientos si caen en manos de diversos dictadores. Los dos peligros se conjugan en Niños del hombre: la advertencia del “nunca más” referida a los grandes genocidios del siglo XX –nazismo, stalinismo, maoísmo–; y el temor por los avances científicos de las últimas décadas, en especial, y en este caso, en la genética y las ciencias de la vida.

Children of men

LA VIDA MUY BREVE

Llegado el año 2027, en el que se desarrolla la acción de libro y film, el estado de las principales capitales de Occidente es penoso: se suceden variopintas pandemias, el terrorismo parece indetenible. Una Gran Bretaña muy ficticia y un poco retro (porque es representada como homogénea racialmente, y hoy ya es multirracial y multicultural) pone en marcha un plan de limpieza étnica de estilo solución final. Inmigrantes y refugiados son llevados a campos de concentración donde les espera la muerte. Pero entre tanto, en este año 2027, pasan cosas más negras: por alguna razón que el espectador contemporáneo muy pronto puede atribuir a alguno o a todos de los males modernos (la manipulación de los genes, los experimentos secretos que producen radiactividad, las armas no convencionales –e indirectas– de destrucción masiva, y hasta el recalentamiento global), se constata que desde hace 25 años las madres en todo el mundo han dejado de ser fértiles en la reproducción. El hombre más joven del mundo es un mendocino (P.D. James visitó la Argentina y fue entrevistada por un colaborador de Página/12, el gran novelista C.E. Feiling). La esperanza pasa por sacar del país a una mujer negra para contactarla con un hipotético “Human Project”, que podrá revertir el estado de cosas.
Ni la novela ni el film rehúyen un sentido luddita y aun religioso. La hembra que engendra un hijo será perseguida, y deberá emprender “la huida a Egipto”, como la Virgen María que escapó al tirano Herodes, asesino de niños en la matanza de los Santos Inocentes del 28 de diciembre. De hecho, en la Gran Bretaña imaginada por la anglicana P.D. James gobierna un Guardián, el nombre que se le dio a Oliverio Cromwell, el fundador de la democracia parlamentaria británica, que condenó a la decapitación al rey Carlos I. El mismo título del film, que más literalmente se traduciría por Hijos de los hombres, alude a Cristo, el “Hijo del Hombre” según la Biblia. En un contexto de convicciones generalizadas acerca de que la manipulación científica en general, y genética en especial, nos ha arrojado a pesadillas terribles, también se postula que no es seguro que la propia ciencia pueda resolver, o paliar, esa situación.
La ciencia es condenada aquí desde una perspectiva conservadora. Invita a pensar que los objetivos que las clases medias occidentales exigen a la ciencia (anticoncepción, partos sin dolor, eugenesia, eutanasia, fertilización asistida, alquiler de vientres) tienen su castigo, como en el pecado original cuando el demonio prometió a Eva que sería como una diosa, por parte de una naturaleza implacable pero justa.
Desde otro punto de vista, estas ficciones reflejan una reacción de ansiedad y desagrado, europea pero también norteamericana (e incluso argentina), ante inmigrantes que son más fértiles que los estrictamente nacionales. La pesadilla consiste en el desequilibrio demográfico, en el miedo al mestizaje, en la convicción de que las comunidades perderán su conformación actual, y serán étnicamente diversas. ¿Y si el presidente de Estados Unidos es un hispano y el de la Argentina, hijo de bolivianos? Una pesadilla para racistas.
Niños del hombre advierte que la ciencia, si se autonomiza de los fines que han de imponerle quienes disponen de los medios para encauzar la investigación, puede engendrar, casi por sí sola, un mundo que ya no se adecue más a las ideas previas de naturaleza, como insiste la medicina evolucionista. Al igual que muchas otras veces, las impugnaciones de la ciencia y la tecnología esconden el mayor de los cumplidos: les atribuyen un poder del que tantos científicos dudarían.








Todo lo que sé sobre novela negra, P.D. James


***
James
Mi librero catalán nació para vender y ni las más complicadas circunstancias evitan que recomiende libros. Es probable incluso que tenga planificada alguna oferta para poner en el epitafio.  Además, se ha declarado a favor del género negro y me quiere arrastrar. Insistió para que leyera este libro y cedí. En él, Phyllis Dorothy James, que ronda los noventa años de vida y tal vez más de cincuenta de literatura, vierte sus impresiones personales y análisis sobre lo que debió ser traducido como “novela detectivesca”. El trayecto abarca desde los orígenes, con Poe como mojón pero reconociendo antecedentes menos explícitos, hasta las manifestaciones actuales, con autores que ella no llega a conocer y el elemento agregado de las pantallas. Las épocas y autores nombrados, comparados, leídos y releídos, pertenecen a la lengua inglesa, con un fuerte predominio de los británicos, aunque sin descuidar a Hammet y Chandler, que representan un contraste respecto a lo que venía diciendo y a lo que siguió diciendo. Piensa sobre las circunstancias sociales, la necesidad del público de ese tipo de relatos, las distintas estructuras y los elementos recurrentes, además de las adhesiones y las controversias. No faltan Conan Doyle, Chesterton o Agatha Christie y hay un capítulo dedicado a las mujeres que han cultivado el género, que me llamó la atención por el número y la importancia. Aclaro que no se trata de un rasgo de misoginia sino de pura estadística: ¿qué porcentaje de las personas que producen ficción, la publican y la venden son mujeres? Desde hace tiempo he querido saberlo.
Los libros escritos en otras lenguas le son, al parecer, bastante ajenos y solo realiza una mención al tsunami de materiales traducidos provenientes de diversos países. Solamente se detiene, de todos los posibles, en Mankell, pero no demuestra un conocimiento de la obra si se exceptúa la referencia a las adaptaciones televisivas de la saga de Wallander, a cargo de Kenneth Brannagh.
El punto de vista de James va desde la emoción que tenía de niña cuando se gastaba la mesada en libros hasta la explicación de qué conviene hacer para crear un relato interesante. Y funcionó porque, de hecho, emergí de la lectura con una trama en pañales, si se me permite la intromisión ególatra.
Una de las críticas vertidas con más frecuencia sobre la narrativa detectivesca es que este patrón impuesto es una mera fórmula que encorseta al novelista y coarta la libertad artística esencial para el proceso creativo, y que los matices de los personajes, el realismo del contexto e incluso la verosimilitud se sacrifican a favor del predominio de la estructura y de la trama. Pero lo que a mí me resulta fascinante es la extraordinaria variedad de libros y escritores a los que esta fórmula ha sido capaz de adaptarse, y los innumerables autores que han hallado en las limitaciones y las convenciones de la narrativa detectivesca un medio liberador, y no constrictivo, de su imaginación creativa. Afirmar que unono puede escribir una buena novela ciñéndose a la disciplina de una estructura formal resulta tan necio como decir que un soneto no puede ser buena poesía porque debe tener catorce versos –dos cuartetos y dos tercetos- y ajustarse a una estricta secuencia métrica. Además, las novelas detectivescas no son las únicas que se ajustan a unas convenciones una estructura establecidas. Todas las novelas de Jane Austen siguen una misma secuencia narrativa: una joven atractiva y virtuosa logra superar sus dificultades para casarse con el hombre al que ha escogido. Ésta es la vieja convención de la novela romántica y, sin embargo, con Jane Austen obtenemos una novela rosa escrita por un genio.
Calificación: bueno
Título original: Talking about Detective Fiction (nótese que lo escribió con mayúsculas)
Traducción: María Alonso
Ediciones B, 2010
ISBN: 978-84-666-4442-6




BIBLIOGRAFÍA

  • Cover Her Face (1962) (Cubridle el rostro)
  • A Mind to Murder (1963) (Un impulso criminal o Sanatorio para adultos)
  • Unnatural Causes (1967) (Muertes poco naturales)
  • Shroud for a Nightingale (1971) (Mortaja para un ruiseñor)
  • The Maul and the Pear Tree (1971) (La octava víctima)
  • An Unsuitable Job for a Woman (1972) (No apto para mujeres)
  • The Black Tower (1975) (La torre negra)
  • Death of an Expert Witness (1977) (Muerte de un forense)
  • Innocent Blood (1980) (Sangre inocente)
  • The Skull Beneath the Skin (1982) (la calavera bajo la piel)
  • A Taste for Death (1986) (Sabor a muerte)
  • Devices and Desires (1989) (Intrigas y deseos)
  • The Children of Men (1992)
  • Original Sin (1994) (El pecado original)
  • A Certain Justice (1997) (Una cierta justicia)
  • Death in Holy Orders (2001) (Muerte en el seminario)
  • The Murder Room (2003) (La sala del crimen)
  • The Lighthouse (2005) (El faro)
  • The Private Patient (2008) (Muerte en la clínica privada)
  • Death Comes to Pemberley (2011)





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