sábado, 7 de junio de 2014

James Salter

James Salter

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MESTER DE BREVERÍA

DRAGON

James Salter 
(1925 - 2015)

James Salter (Nueva York, 10 de junio de 1925 - 19 de junio de 2015) es un novelista y autor de relatos cortos norteamericano. Se graduó en la Academia Militar de West Point en 1945, formándose como piloto de caza, y participando posteriormente en la guerra de Corea. En 1957, abandonó la carrera militar tras la exitosa publicación de su primera novela Pilotos de Caza (The Hunters).
Tras un breve periodo de tiempo escribiendo guiones y dirigiendo películas, en 1979 Salter publicó la novela En solitario (Solo Faces). A partir de esta época comenzaría a recibir numerosos premios literarios por sus obras, incluido el tardío reconocimiento por aquellas que inicialmente habían sido rechazadas en el momento de su publicación.
James Salter nació como James Arnold Horowitz, hijo de una familia de clase media de Nueva Jersey, el 10 de junio de 1925. Asistió a la escuela Horace Mann, donde tuvo como compañeros a Julian Beck y William F. Buckley hijo, y durante el curso académico de 1939-40 a Jack Kerouac.
En el periodo en que sirvió en las Fuerzas Armadas, fue destinado a un entrenamiento con B-25 hasta febrero de 1946, fecha en que se le asignaron sus primeros destinos con el sexto escuadrón en Filipinas, Okinawa y Japón.

Light Years
by James Salter

En 1947 se le transfirió al Hickam AFB, en Hawai, y posteriormente iniciaría sus estudios de postgrado en la universidad de Georgetown. Tras finalizar sus estudios, fue destinado al cuartel general de Langley AFB, en Virginia, donde permaneció hasta su destino voluntario en la guerra de Corea. Llegó al país en febrero de 1952, y fue asignado a diversos escuadrones, incluida la unidad de cazadores de MIG. Participó en más de 100 misiones de combate entre febrero y agosto de 1952, y se le reconoció un derribo de un MIG-15 el 4 de julio del mismo año. Toda esta experiencia en la guerra de Corea le sirvió como base para su primera novela Pilotos de caza (The Hunters), 1956 , la cual fue llevada al cine en 1958 con una película protagonizada por Robert Mitchum.
James SalterLa versión cinematográfica de Pilotos de caza fue aclamada por su fuerza interpretativa, su conmovedor argumento y un retrato realista de la guerra de Corea. Aunque se hizo una excelente adaptación para Hollywood, era muy distinta de la novela original, en la que se relataba la lenta autodestrucción de un joven piloto de 31 años, que se creía un as pero que solo se sentía frustrado en su primera experiencia de combate, mientras alrededor otros conseguían la gloria.
Salter sirvió durante doce años en las Fuerzas Aéreas Estadounidenses, los últimos seis como piloto de combate, antes de abandonar la carrera militar para dedicarse a la escritura, decisión difícil para él debido a su pasión por volar. Las obras que se basan en su experiencia en las fuerzas aéreas tiene un fuerte carácter fatalista: sus protagonistas se debaten en conflictos entre su ética y su deber.
En su tiempo libre escribió y completó un manuscrito que inicialmente fue rechazado por las editoriales, y otro que se convertiría en Pilotos de caza. En 1957 abandonó precipitadamente las fuerzas aéreas para dedicarse a la escritura.
En 1961 publica la novela The Arm of Flesh, en la que recoge sus experiencias de vuelo con el Ala 36 en la base aérea de Bitburg, Alemania, entre 1954 y 1957. En el año 2000 se reeditaría una versión revisada bajo el título Cassada. En 1961, cortaría ya definitivamente con las fuerzas aéreas después de varios años en la reserva, al renunciar a unirse con su unidad al servicio activo en la crisis de Berlín. Es entonces cuando se traslada con su familia a Nueva York y cambia legalmente su nombre por el de Salter.

James Salter

CARRERA LITERARIA
Salter se inició en la industria del cine como guionista de documentales independientes, ganando un premio en el festival de cine de Venecia. También escribió para Hollywood. Su último guión, encargado y después rechazado por Robert Redford, se convertiría en su novela Solo Faces (En solitario).
Mundialmente reconocido como uno de los más grandes escritores contemporáneos norteamericanos, el propio Salter es muy crítico con su obra, llegando a decir que solo su novela A Sport and a Pastime(Juego y distracción), 1967, está a la altura de sus expectativas.
La prosa de Salter tiene una gran influencia de Ernest Hemingway y de Henry Miller, aunque en las entrevistas con su biógrafo, William Dowie, afirma que quien más le han influenciado fueron André Gide y Thomas Wolfe. Los críticos a menudo describen su prosa mediante el concepto de "le mot juste", con frases cortas y sentencias fragmentarias, alternando entre la primera y la tercera persona, así como los tiempos presente y pasado.
En 1988, Salter publicó una colección de relatos Dusk and Other Stories (Anochecer). Esta colección fue galardonada con el premio PEN/Faulkner, siendo una de estas historias, Twenty Minutes, la base para la película Boys, 1996. En el año 2000 James Salter fue elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. En 2012, la fundación PEN/Faulkner, le seleccionó para el 25º premio PEN/Malamud.


"Los poetas, los escritores, los sabios y las voces de su tiempo, forman un coro, el himno que comparten es el mismo: los grandes y los pequeños se unen, lo hermoso vive, lo demás muere, y todo es absurdo excepto el honor, el amor y lo poco que el corazón conoce." 
(Quemando los días)



Vida y Obra: James Salter

El estadounidense James Salter, con 87 años, publica su próxima -y sexta- novela este 2 de abril. Nunca tuvo un reconocimiento masivo, pero sí es venerado por los mejores escritores de su país. Fue piloto de guerra y guionista de cine. Ha dicho que sólo lo que se escribe termina siendo real. Lo demás, es un sueño.


POR ANDRÉS HAX
28 de marzo de 2013

James Salter, uno de los grandes prosistas de la ficción estadounidense. (Lana Rys)


Si eres un lector exaltado —el tipo de persona para quien los libros son un componente imprescindible de la vida interior— y no conoces a James Salter… bueno, estás entre los benditos. Es como si aun no conocieras a Proust, Hemingway o Saint-Exupéry; porque es ese tipo de lectura la que te espera en los libros de Salter. Como cualquier gran escritor, Salter es sui generis. Su mundo narrativo, sus búsquedas existenciales y su prosa son de él y únicamente de él. Pero para introducírselo a alguien por primera vez, no es descarado remitirse a estos tres nombres épicos como acabamos de hacer. Tiene algo de Hemingway en cuanto a la lucidez de su prosa y también en el asombro de un estadounidense que descubre Europa por primera vez (y además, en que escribió una gran novela de guerra); comparte con Proust una obsesión lírica y melancólica sobre el efecto del pasado –y el recuerdo del pasado- sobre el presente de la vida de una persona (y además una fascinación con la alta sociedad, pero visto desde afuera); y como Saint-Exupéry, es una de las pocas personas que ha volado aviones en situaciones extremas e históricas y después ha sido capaz de escribir sobre esa experiencia con el don de un poeta y el realismo duro de un verdadero hacedor.



James Salter nació con el nombre James Horowitz, en 1925, en la ciudad de Nueva York. Hoy vive y goza de buena salud, y con 87 años, esta por publicar una nueva novela, All That Is, que sale el 2 de abril (de 2013). Es su sexta nomás. También ha publicado dos compilaciones de cuentos cortos, una colección de relatos de viaje, un curioso libro sobre la comida, y un libro de memorias. Aunque no es conocido o alabado como sus contemporáneos Philip Roth o Saul Bellow, y por más de que nunca tuvo un best-seller, sus libros son atesorados por los mejores escritores estadounidenses – con lo cual ha caído en el rótulo de ser considerado un “escritor de escritores.”
Sobre su nueva novela, All That Is, John Irving dijo: “Una bella novela…con una euforia de lenguaje que hubiera satisfecho a Shakespeare.” Susan Sontag había dicho que era uno de los pocos escritores de ficción cuyos libros esperaba como un gran acontecimiento. Richard Ford lo ha declarado, simplemente, el maestro. Recién la semana pasada, Salter fue nombrado como uno de los ganadores de la primera edición de un importantísimo nuevo premio literario para escritores de ficción en la lengua inglesa, otorgado por la universidad de Yale: el Windham-Campbell, dotado con 150.000 dólares.
Todo lo que sabemos de Salter viene de su libro de memorias Burning The Days(Quemando los días), publicado en 1997, y comparable con Hable, memoria, la autobiografía de Nabokov. Salter también ha dado varias entrevistas, incluyendo una con The Paris Review – esa entrevista canonizadora que vale casi lo mismo que un Pulitzer, en cuanto al prestigio.
Antes de todo, y antes de proceder, hay que decir que Salter ha tenido una vida profundamente románica, esas que es improbable que se repitan. Fue aviador de guerra y un bon vivant; escribió guiones para Hollywood y vivió mucho tiempo en Europa, cuando aun era misteriosa. Conoció a grandes figuras artísticas y escribió algunos libros que tienen una alta probabilidad de perdurar en los siglos.
El padre de Salter era un comerciante que se había recibido en West Point,  la histórica universidad militar estadounidense. En ese sentido, Salter terminó siguiendo los pasos de su padre. No era de los mejores alumnos y tampoco estaba entre los peores. No tenía un fervor militar pero tampoco entró a la universidad obligado por su padre y, por ende, con resentimientos. Aun no tenía aspiraciones literarias, aunque era lector. Lo que sí, sentía una sed ambigua de gloria, de participar en grandes e históricos acontecimientos. De no ser olvidado.
Al recibirse, ingresó a la fuerza aérea, donde fue aviador por 12 años. Se había perdido la Segunda Guerra Mundial, pero si algo sobra en este mundo, son las guerras. La suya fue la de Corea. Fue voluntario. Llegó al teatro de operaciones en Febrero de 1952, con 27 años de edad. Voló más de 100 misiones en aviones F-86, luchando en combates aéreos contra los MIG-15 de la Unión Soviética. No fue un héroe de guerra pero, por lo menos, como dijo en una entrevista televisiva, estuvo “en el show”.
La primera novela de Salter, The Hunters (Los Cazadores), la escribió de noche y durante los fines de semana mientras estaba en la fuerza aérea. Se publicó en 1956. Allí Horowitz eligió el nombre Salter para no perjudicar su carrera militar. Después, además, se cambió el nombre legalmente.
Más tarde en su vida, Salter descontó The Hunters como una novela de su juventud, menospreciándola. Para este redactor, por lo menos, es una opinión incomprensible. Es posible, a pesar del deseo de Salter mismo, que esta sea la novela suya que perdure en el tiempo. Como dijimos al principio de esta nota, y como han dicho decenas de otros lectores, es inusual que una persona con una experiencia tan particular tenga los poderes artísticos para hacer de ella una obra de arte viva y real. Es una novela de guerra y de iniciación, pero también está llena de luz, de paisajes, de complejas emociones humanas.
La segunda novela de Salter fue publicada en 1961 con el título The Arm of The Flesh y nuevamente —reescrita— en el 2000, con el título Cassada. También está ambientada en las fuerzas aéreas, pero sería la última vez que utilizara su experiencia de aviador para escribir sus ficciones.
A los 32 años, ya casado y con dos hijos, Salter tomo la decisión más difícil e importante de su vida. Decidió abandonar la fuerza aérea para dedicarse exclusivamente a escribir. El paso fue difícil porque amaba volar y no tenía nada en contra de la vida militar. Su deseo de ser escritor, sin embargo, era demasiado fuerte y no podía convivir con ninguna otra forma vida. Exijía su atención completa. Como explicó en una entrevista reciente:
“Decidí escribir o perecer. Cambié mi nombre… Y estaba solo. Y cuando despegas, completamente solo, esa primera vez, es inolvidable. De repente, sientes que tienes un par de alas sobre tu espalda, y puedes escribir algo que sientes que es glorioso. Hay una libertad en escribir. Me admiro más sobre la página que en la realidad. No quise convertirme en un escritor demasiado masculino, porque mi vida había sido masculina.”
En esa misma entrevista, sintetizó sus creencias estéticas sobre la escritura y la razón por cual escribir:
“Viene de la vida, pero no es la vida. Es otra cosa. Es un poema de la vida. Viene un momento de la vida en el cual te das cuenta de que todo es un sueño. Solamente esas cosas que han sido escritas tienen una posibilidad de ser reales. Al fin, es lo único que existe – lo que ha sido escrito.”
Es por esta ética, tal vez, que Salter ha escrito relativamente poco. Pero por otro lado, esta escasez no parece una falta sino un signo de honestidad. No hay un libro que parezca superfluo. No escribe para satisfacer un mercado o para sostener su ego. Escribe para inscribir su experiencia dentro de la realidad eterna que ofrece la literatura. Es más, para sus aficionados, no hay siquiera una frase en los libros de Salter que parezca estar de más. En la entrevista con The Paris Review, dijo: “Soy un frotteur, alguien que le gusta frotar palabras en sus manos, sentirlas, y pensar cual es realmente la mejor palabra.”
Hay otro hecho que explica las pocas novelas que escribió Salter, y es que tuvo que ganarse la vida. Eso lo hizo, por casi diez años, escribiendo guiones para Hollywood. El punto más alto en esta labor fue una gran película –aunque menor- que hizo con Robert Redford llamada Downhill Racer (Esquiador alpino). Se trata de un ambicioso, pero rebelde, esquiador olímpico. Tiene mucha de las características de la obra de Salter: el individuo que busca la gloria en un entorno estoico, que, ostensiblemente, desprecia la gloria individual; el glamour de la vida europea; la soledad del individuo delante de una búsqueda de la perfección.
Hasta ahora no hemos comentado el otro gran tema de Salter, el erotismo. Su tercera novela, A Sport and a Pastime (Un juego y un pasatiempo) publicada en 1967, es una novela de culto, tanto en Francia como en los Estados Unidos. Es una de las grandes novelas eróticas del Siglo XX. Es una breve novela crepuscular sobre el affaire entre unplayboy estadounidense y una chica francesa de pueblo. De menos de 200 páginas, contiene sexo explícito, pero no en una forma descabellada como, por ejemplo, en las novelas de Henry Miller o Charles Bukowski. Si es difícil escribir honestamente sobre la guerra, debe ser mucho más complicado escribir bien sobre el sexo.
Sobre esta novela, el escritor Reynolds Price dijo: “Es la narración más perfecta que conozco en las letras de habla inglesa. Es el retrato más brillante y desgarrador sobre la intoxicación sexual que he encontrado, y un ejercicio de prosa interrumpida, que me deja orgulloso de mi lengua materna y de este hombre valiente que trabajó para producirlo con tanta opulencia útil… es un conmovedor acto de amor en sí mismo.”
Tras Un deporte y un pasatiempo -título tomado del Corán (la vida es un mero deporte y pasatiempo) vino la novela que Salter más estima de su propia producción:Light Years (Años Luz. O Años de Luz: el doble sentido es intraducible en sólo una frase del castellano), publicada en 1975, cuando tenía 50 años. Es un retrato de un matrimonio glamoroso en los años 50 y 60. En un Nueva York y sus afueras, antes de la homogeneización cultural del neoliberalismo y la globalización. Es un retrato, también, del fin del amor, de la vida familiar, de la búsqueda de la perfección – y cómo esa búsqueda imposible, inevitablemente, termina amargando la vida.
En esta novela Salter encuentra el ápice de dos vidas unidas y describe su inevitable declive. Tiene, como en todos sus libros, una sensibilidad a la luz que es difícil de describir. Salter sabe, y nos cuenta, pero nunca directamente, que somos nada más que criaturas de la luz. Hace poco fue incluida en la colección Penguin Classics en Inglaterra, un honor infrecuentemente concedido a un autor vivo.
Su última novela, publicada en 1979, vuelve a un tema propio de Hemingway: la valentía, la hombría, la aventura y el fracaso. Solo Faces, que originalmente iba ser un guión de cine, es sobre alpinistas europeos y un ascenso accidentado de Mont Blanc. Como sus libros de aviación, Salter escribe sobre un momento en el cual las computadoras y los equipamientos aun eran relativamente primitivos, con lo cual la experiencia (de volar o de escalar) era mucho más peligrosa de lo que es hoy. Y también en la cual las acciones del individuo estaban mucho más cerca de la experiencia vital. Es decir, las máquinas y la tecnología no mediaban tanto entre las acciones y sus consecuencias.
Podríamos seguir por páginas más, pero la idea de esta nota —como la de esta serie Vida y Obra— es despertar el interés del lector en un autor. De decir: ¡Mira! ¡No se pueden perder esto! ¡Esto te puede cambiar la vida!
Para los fanáticos de Salter, su obra se desborda en varios lugares y sabemos encontrarla. Por ejemplo, hace poco escribió el prologo a la traducción al inglés de un precioso libro titulado, Des bibliothèques pleines de fantômes, por el periodista Jaques Bonnet, sobre cómo uno va acumulando infinitos libros durante su vida y tambien sobre la inagotable pasión de la lectura.
Allí escribe Salter: “Se acerca una gran marea y en el reinado de los libros, con sus páginas blancas  y sus páginas de guarda, sus promesas de soledad y de descubrimiento, está en peligro, tras una existencia de quinientos años, se está esfumando. La posesión física de un libro puede terminar teniendo poca significancia. Sólo el acceso al libro será importante, y cuando el libro se cierra –para decirlo de esa manera- se desaparecerá a lo cyber. Será como el genio – que se puede invocar pero que es irreal…”.
Y cierra este mismo ensayo diciendo: “Los escritores de libros son compañeros en la vida de uno y, de tal manera, muchas veces resultan más interesantes que otros compañeros. Hombres en camino a ser ejecutados, a veces encuentran consuelo en pasajes de la Biblia, que es –en realidad- un libro escrito por grandes,  aunque desconocidos, escritores. Hay muchos escritores y muchos de una magnitud apreciable, como las estrellas en los Cielos, algunos visibles, otros no, pero todos derraman gloria…”.
Salter es un escritor glorioso, y uno de los mejores compañeros que podrían conocer en esta vida. No se lo pierdan

James Salter
Fotografía de Michael Lionstar

«Tengo 88 años y estoy listo para empezar de nuevo»


INÉS MARTÍN RODRIGO
NUEVA YORK
03/03/2014 - 13.42h


El escritor, héroe anónimo de las letras anglosajonas, regresa a la novela 
después de treinta años con «Todo lo que hay», un libro que abarca 
toda una vida y que devuelve a su autor a lo más alto del panorama literario


James Salter
Fotografía de Corina Arranz
«Llega un momento en el que te das cuenta de que todo es un sueño, y sólo aquellas cosas preservadas en la escritura tienen alguna posibilidad de ser reales.» Con este epígrafe arranca «Todo lo que hay» (Salamandra), la primera novela que James Salter (Nueva York, 1925) escribe en treinta años. El comienzo no es fortuito, como nada lo es en la obra de este escritor que lleva más de medio siglo haciendo realidad esas cosas que alguna vez fueron sueños para los lectores.
Con casi 90 años, la mirada limpia y clara de Salter permanece tan inalterable como sus personajes. Ajados y redimidos, pero siempre expuestos a la vida que escogieron. Con riesgos y temeridades. Luchas y sufrimientos. Pasiones desenfrenadas. Amores consentidos que alguna vez gozaron de sentido. Y es que «¡la vida del mundo es juego y distracción…!» (Corán, 57, 20). Esa vida que el escritor imagina sentado en el ordenado escritorio de su casa de Bridgehampton (Nueva York). Esa casa en la que me recibió, una fría mañana de finales de diciembre. Distante, pero afable. Tan embriagador como su prosa. Sincero sin remedio.
Después de treinta años sin escribir una novela, ¿cómo empezó «Todo lo que hay»?
No sé, como empieza una vida. Tardó un tiempo en convertirse en una idea. Hacía al menos 30 años había escrito algunas líneas para mí. No era nada particularmente espléndido, sólo una idea sobre la que me gustaría escribir. Así fue como empezó y se fue desarrollando. Eso es todo lo que puedo contestar a esa pregunta por el momento. Más tarde volveremos a ella.
Hábleme del epígrafe con el que comienza el libro.
El epígrafe es lo que es y no se puede expresar de otra forma. Lo que dice, esencialmente, es que cuando pasa el tiempo y todo parece ser un sueño, lo único que tiene la posibilidad de ser real es lo que está escrito. Es lo que yo creo.
Creo que cuando descubrió la frase en la que Christopher Hitchens dice que «ninguna vida está completa si no ha visto la guerra, la pobreza y el amor» pensó que eso era precisamente de lo que trataba esta novela.
Sí, pero cambié de idea porque en el libro no había pobreza. No estoy seguro de lo que Hitchens quería decir con la pobreza. Creo que se refería a la pobreza de la gente en Calcuta, en El Cairo, pero también en América o en España.
¿Ha leído «Mortalidad», el libro que Hitchens escribió poco antes de morir?
Sí, lo escribió mientras estaba muriendo, pero creo que no me gustaría leerlo. Debe de ser muy conmovedor. ¿Es bueno? Leerlo debió de ser muy doloroso para usted.
Sí, pero la lectura también es sanadora. Gracias a ella los lectores encontramos cierta paz en nuestras almas.
¿Cómo se llamaba el libro de Hitchens?
«Mortalidad».
Philip Roth también escribió un libro parecido, no sobre él, sino sobre la muerte de su padre. Pero tampoco lo he leído.
Volvamos al libro que nos ocupa: el suyo. Habla de Okinawa, de la industria editorial, del amor, la pérdida… ¿Cuál era su propósito?
No hay propósito. La vida no tiene ningún propósito y el libro no intenta probar nada. Antes ha dicho algo muy interesante sobre cómo un lector a veces encuentra paz en su alma gracias a un libro. Eso es lo que tiene que conseguir una novela: debe aportar paz al alma humana.
Esta novela contiene una de las tragedias más devastadoras de toda su obra. ¿Cómo consigue que no le afecte mientras la escribe?
Sabía que iba a suceder. Sólo estoy describiendo un accidente. Yo no lo causé. No se lo hice a ese personaje. Sólo sucedió, por eso no fue emocionalmente difícil.
¿Sabe lo que va a suceder?
Sí, desde el principio. Tengo una idea completa en mi mente. A medida que el libro avanza ocurren cosas inesperadas para las que estaba preparado. Normalmente escribo en secuencias, del comienzo al final. Pero podría no hacerlo. Podría escribir perfectamente el capítulo final del libro o uno de la mitad porque sé lo que va a pasar.
Hay un momento en que le preguntan al protagonista qué cosas le han importado en su vida. Pues bien, yo le traslado esa misma cuestión a usted.
¿A mí? Deje que vea exactamente la frase en el libro.
Se levanta con parsimoniosa rapidez y va a buscar la novela, que está colocada en una biblioteca justo a la entrada, junto a cientos de libros.
Normalmente, la respuesta a esa pregunta sería algo así como mi familia, mi trabajo, mis hijos… Pero él no tiene familia. Tiene trabajo, pero no es su pasión y no es la razón para seguir viviendo, sólo el medio. Como es incapaz de responder, se da la vuelta y dice: «Probablemente lo que más me ha importado ha sido la guerra». Cuando fue joven, cuando en esencia se convirtió en un hombre, o al menos dejó de ser un niño. Y es interesante porque es una respuesta que, de alguna forma, representa el libro. Al final «Todo lo que hay» no es fe, religión, familia e hijos, caridad…
Salter vuelve a detenerse en el libro. Pasa las páginas e intenta hacer memoria hasta dar con la frase exacta:
«Solo puedo decir que, si lo examino en profundidad, si pienso en las cosas que más me han influido en la vida, sería la guerra.» Bien, todo este rodeo era una forma de evitar su pregunta, pero creo que en mi caso esa es la verdad.
¿También en su caso?
Es posible que sea cierto, pero no completamente. La guerra influyó en mi vida [fue piloto de aviones de caza y combatió en Corea], pero ha habido otras influencias importantes.
Hablando de influencias, «Todo lo que hay» ha recibido muy buenas críticas. Me pregunto qué importancia tiene, a sus 88 años, la crítica.
En este momento de mi vida me da igual. Una buena crítica no es más importante que otra que no es tan buena. Con eso no quiero decir que sea indiferente a las críticas. A todo el mundo le gusta recibir halagos. Cuando escribes quieres ser leído y admirado. Soy perfectamente humano, pero soy un viejo humano.
Es tan humano como yo.
Pero cuando uno llega a mi edad, los sentimientos cambian. Si todo esto hubiera pasado años atrás, es posible que habría reaccionado más y hasta me habría emocionado. Pero tú escribes lo que escribes. Tu única esperanza es haber escrito el libro que querías escribir. Y el resto está ahí.
¿Es este su último libro?
Ya veremos [ríe con dulzura].
Pero está escribiendo.
Sí, me gustaría seguir haciéndolo. Estoy listo para empezar de nuevo. Pero necesitas tranquilidad para escribir, al menos yo necesito silencio, calma, tranquilidad, y aún no lo tengo. Este [por 2013] ha sido un año muy agitado.
¿Y soledad? ¿Necesita soledad para escribir?
Sí, me gusta la soledad. Pero no me gusta vivir en soledad. Sólo me gusta la soledad cuando es buscada, elegida.
¿Qué me dice del estado ideal para un escritor?
Hay autores que escriben con un entusiasmo increíble, quemando las páginas. Otros simplemente reflejan esa historia que va surgiendo y tienen el deseo de expresarla, pero son conscientes del esfuerzo que supone la escritura. Son dos tipos de escritores, pero también dos tipos de escritura. Honestamente, todo escritor sabe que escribir es duro. Incluso Simenon, que escribió cientos de libros. Su método requería un esfuerzo increíble, solía sentarse durante ocho o diez días en una habitación y se aislaba de todo y de todos, ni comía ni bebía. Escribía y escribía. Eso no es fácil. Aunque cuando lees algunos libros te das cuenta de que están escritos con menor esfuerzo. ¿Cuál es el estado ideal para un escritor? Creo que la esperanza.
Al final del libro, Bowman dice que el poder de la novela en la cultura ha disminuido. ¿Qué piensa usted de la actual industria editorial?
Bueno, yo soy como un pequeño insecto, no estoy en medio de nada, pero mi impresión es que la industria está muy activa, probablemente demasiado. Se publican muchos libros, que aparecen y desaparecen cada minuto, pero es necesario que tengan cierta calidad. Parece que hoy todo el mundo escribe libros y, sin embargo, las referencias artísticas y culturales de la gente son las películas.
Es curioso, porque ahora sus libros están inspirando a una nueva generación de lectores. No sé si es consciente.
Eso es fabuloso. Voy a intentar encontrar esas líneas que mencioné al comienzo de la entrevista.
Abandona la pequeña estancia en la que estamos instalados, junto a la cocina, y sube al piso de arriba. Tres minutos después regresa con un fajo de ordenados papeles manuscritos. Tienen más de 30 años. La tinta (y su fuerza) permanece intacta.
No estoy seguro de haberlas encontrado.
Resopla y observa con cuidado sus notas.
Sí, aquí está lo que escribí. Lo escribí en 1982. ¿Hace 32 años? Puede leerlo usted misma.
Me muestra las anotaciones y observo con el asombro que nunca experimentaría ante una pantalla de ordenador.
Estaba escribiendo una novela sin ser consciente. Como el título sugiere, trataba de todo, de las cosas importantes, especialmente relacionadas con la virtud. Así fue como empezó «Todo lo que hay».
En toda su obra se muestra como un americano que ha absorbido la cultura europea.
Bueno, no lo sé. Me ha influido, he respondido a ella.
¿Y cuál es su visión de la cultura americana?
Llena de vida, absolutamente llena de vida, precipitada en todas direcciones. La diferencia entre la cultura americana y la europea es que, en Estados Unidos, el Gobierno tiene muy poco interés en los asuntos culturales.
Vivió en Francia varios años.
Sí, tres años. Me gustó, fue divertido, emocionante, pero no fue nada serio. Todos los problemas del país no eran tuyos, todo era fresco, te sentías poderoso y capaz de todo.
De vuelta al mundo anglosajón, ¿por qué hay tanta obsesión con la idea de la Gran Novela Americana?
No sé quién formuló esa frase por primera vez, pero los escritores surgidos después de la guerra, al menos mi generación (Saul Bellow oPhilip Roth, entre otros), tenían la idea de que la Gran Novela Americana aún estaba por escribir y uno de ellos podría hacerlo. La idea ha persistido con el paso del tiempo, pero no sé si existe tal cosa. Probablemente la gran novela española sea «El Quijote» y si hay una gran novela americana sería «Huckleberry Finn». No lo sé, pero la gente siente que aún puede lograrlo.
Cuando Jonathan Franzen publicó «Libertad», la revista«Time» tituló en portada: «El gran novelista americano».
Bueno, es demasiado pronto para juzgar. No la he leído.
En su novela «Años luz», Nedra pregunta a su marido: «¿Debe la fama ser parte de la grandeza?». ¿Cómo describiría usted la grandeza?
Usaría un sinónimo. Diría magnitud, trascendencia… Depende de qué tipo de grandeza. No creo que haya una línea divisoria que al cruzarla se alcance la grandeza.
¿Qué hay de la inmortalidad? ¿Escribe para ser recordado?
No. Escribo porque escribo. Es muy difícil pensar en que alguien leerá mis libros dentro de cien años. Debes de ser muy vanidoso o considerarte muy bueno para creer eso.
¿El éxito depende de los libros que venda un escritor o de los lectores que tenga?
Bueno, depende. Hay escritores intrascendentes que venden millones de libros. Y otros que han sido referencias intelectuales durante años y que, sin embargo, nunca han llegado a ser un éxito de ventas. Creo que el éxito llega cuando quieres escribir un buen libro y los lectores te reconocen.
Ha escrito novelas, relatos, periodismo de viajes, unas memorias y hasta un libro de cocina junto a su mujer. Pero, ¿qué es James Salter?
Soy un novelista. Es como me siento más seguro. Mi único arrepentimiento a lo largo de todos estos años es no haber escrito más. Siempre ha sido un placer haber escrito cosas, incluso pequeñas. Encuentro un gran placer escribiendo, incluso en el acto físico de escribir. Es un disfrute, un gozo.
¿Cuándo encontró su voz?
Creo que fue en «Juego y distracción», pero ahora la gente trata de convencerme de que la tenía desde el principio. No lo sé. En «Juego y distracción» sentí que sabía cómo escribir.
¿Está orgulloso del escritor en que se ha convertido?
Sí, siento cierto orgullo.
¿Qué es lo que le lleva a escribir, el impulso último?
No lo sé, el impulso viene contigo. Puede que no emerja hasta cierto momento de tu vida, pero naces con ello.
En una de sus cartas a su amigo Robert Phelps escribió que llega un momento en el que uno debe ser egoísta, pensar en sí mismo.
Llega un momento en el que tienes que ponerte a ti primero. Puede ser egoísmo profesional o ese ego que lleva a ponerte por delante de los demás. De hecho, muchas carreras están basadas en eso. Alcanzan popularidad y ahí están, los aceptamos.
En «Quemar los días», sus memorias, dice: «La muerte de los reyes puede ser recitada, pero no la de un hijo».
Yo, desde luego, no puedo usarlo como material narrativo. No puedo escribir de la muerte de mi propia hija. [Allan falleció electrocutada en la casa del escritor en Aspen. Él encontró su cuerpo.]
¿Piensa en un lector en particular cuando escribe?
Sobre todo pienso en todos esos jóvenes lectores que ha mencionado antes. Están llenos de vida, son curiosos y asumo que son inteligentes porque, de lo contrario, no hubieran oído hablar de cierta clase de libros.
¿Qué es el amor, el sexo, para un escritor como usted?
Creo que la persona más afortunada es aquella que tiene amor, pasión, sexo… Sobre todo si lo tiene al mismo tiempo [ríe con franqueza]. Son los ingredientes básicos de la vida.
Cuando «Juego y distracción» se publicó en Estados Unidos (en 1967) le criticaron porque había demasiado sexo.
Pero es que lo hay.
¿Y cuál es el problema?
Bueno, esto es América. Sabes muy bien que en América existe cierto puritanismo, mucho más cuando el libro se publicó hace casi 60 años. Se pusieron un poco nerviosos. Me imagino que no es el libro ideal para leer en los colegios, ya que se muestra a una mujer un poco objeto.
Pero en todos sus libros las mujeres son los héroes.
Eso es lo que yo creo, pero hay mujeres que no piensan así.
¿Por qué las describe así?
Porque son héores. Las mujeres están comprometidas con la grandeza de la vida y sus responsabilidades. Lo hacen. Las admiro, las envidio.
¿Cree que tenemos héroes reales en nuestra sociedad?
Sí, bueno, piense en Mandela, el mundo lo recordará heroicamente. La palabra héroe es divertida. Solía significar heroico y la implicación era marcial, pero ahora se ha vaciado de contenido. Por supuesto que podemos tener héroes, pero es una pérdida de tiempo llamar héroe a todo el mundo, a cada presidente… Pero eso es lo que hacemos hoy. A todas nuestras tropas las llamamos héroes, pero sabemos que no lo son.
En ese sentido, ¿hay un modo apropiado de vivir?
Pensé que este libro era sobre la virtud y terminó siendo sobre otra cosa. La virtud es un modo apropiado de vivir. ¿Qué es la virtud? Esa es otra pregunta. Prudencia, fortaleza, justicia y misericordia. Si actúas de acuerdo con esos valores, eso significa ser virtuoso. No creo que nadie pueda llamar virtuoso a un criminal. El crimen es interesante, puede ser fascinante e irresistible para la gente, pero no es virtuoso.
En «Años luz» muestra a un matrimonio que no puede vivir la apariencia que muestra a la gente. Es una tragedia.
En realidad hay dos vidas, la que aparentamos vivir y la que realmente vivimos. Es obvio. No creo que sea una tragedia, es una condición humana.
¿Es el fracaso una condición del escritor?
Si no tienes cierto reconocimiento puede que sientas que has fracasado. Pero no es un fracaso. Piense en Emily Dickinson: nunca publicó nada en vida y se convirtió en una de las grandes poetas americanas.
Después de leer sus libros, mi conclusión es que el amor y la muerte van de la mano.
Es un pensamiento original.
Todo es temporal.
Así es. La vida dura muchos años, pero es temporal.
¿Qué piensa del «e-book»?
No sé mucho de él. No uso e-reader. Mi mujer tiene uno, le gusta y me parece bien. Pero en los libros de papel puedes escribir, es una necesidad, me gusta tocar el papel.
¿Sobrevivirá el papel?
Bueno, no lo sé. Eso tendrá que averiguarlo usted. Creo que sí, porque hay algo agradable en ellos, incluso su olor. Tocar la pantalla del Kindle es como estar en un motel, donde todo parece muy agradable, pero nada de eso es tuyo. Cuando tienes un libro electrónico no es tuyo.
¿Qué piensa de todas las distracciones del mundo virtual?
Para la gente no son distracciones, porque les gusta. Se convertirán en algo normal y nadie las verá como distracciones.
Pero no es el mundo real.
Pero se está convirtiendo en el mundo real.



James Salter

El hombre que prefería 

hacer preguntas


El País, 21 JUN 2015 - 00:03 CEST

El viernes (19 de junio de 2015) falleció James Salter, uno de los grandes escritores de la literatura norteamericana. Ha muerto con 90 años, perfectamente lúcido y en plenas facultades, y deja un hueco enorme para todos los amantes de la literatura.
James Salter forma parte del catálogo de Salamandra gracias a Anik Lapointe, que lo recuperó para el público lector español en su etapa en Grup 62, y también a Juan Mila, que continuó este trabajo en El Aleph y más tarde en Salamandra. Hoy, tanto Anik como Juan forman parte de nuestro equipo de la editorial Salamandra, por lo que somos algo así como la “familia” de Salter en el ámbito español.
El fenómeno Salter es de esos que en el mundo de la edición de hoy son cada vez más difíciles de reproducir. Sus primeros libros se vendieron muy poco y sólo seguimos insistiendo porque siempre nos ha parecido un escritor singular, apasionante, y consideramos un gran orgullo tenerlo en nuestro catálogo. ¡Qué grande fue nuestra alegría cuando por fin este esfuerzo se vio recompensado también en ventas! James Salter siempre quiso ser leído por mucha gente, no le interesaban tanto las magníficas reseñas, sino llegar y conectar con los lectores. De ahí que este redescubrimiento de su obra, que se dio especialmente en España, América Latina y Estados Unidos, le hiciera mucha ilusión.


Estar rodeado de jóvenes admiradores cuando presentó Todo lo que hay en Estados Unidos fue una de sus mayores satisfacciones en estos últimos años.
Creo que todos los que tuvimos la suerte de conocer a James Salter en persona coincidiremos en que era un hombre encantador, un auténtico gentleman, gran conversador, de una educación exquisita, que siempre mostraba un gran interés por todo lo que lo rodeaba.
Salter era un hombre modesto, que prefería hacer preguntas a hablar de sí mismo, lo que tal vez fuera un rasgo que hizo más difícil su reconocimiento en un mundo donde lamentablemente cada vez hay que hacer más ruido para ser valorado.
Fue uno de los candidatos al Premio Princesa de Asturias, y aunque finalmente no lo ganó, sé que este galardón lo habría hecho feliz.

Sigrid Kraus es directora de la editorial Salamandra.


PREMIOS
  • Premio PEN/Faulkner Award 1988 por la colección Dusk and Other Stories.
  • Premio 2013 Windham–Campbell Literature Prize



BIBLIOGRAFÍA

Novela
  • The Hunters (1957; revisada y publicada, 1997)
  • The Arm of Flesh (1961; republicada como Cassada, 2000)
  • A Sport and a Pastime (1967) (Trad. Juego y distracción, Muchnik, 2002)
  • Light Years (1975) (Trad. Años luz, Muchnik, 1995)
  • Solo Faces (1979) (Trad. En solitario, El aleph, 2005)
  • All That Is (Novela, 2013) (Trad. Todo lo que hay, Salamandra, 2014)

Cuento
  • Dusk and Other Stories (1988; PEN/Faulkner Award 1989) (Trad. Anochecer, Muchnik, 2002)
  • Last Night (2005) (Trad. La última noche, Salamandra, 2006)
  • Collected Stories (2013)
Poesía  
  • Still Such (1988)
Memorias
  • Burning the Days (1997) (Trad. Quemar los días, Salamandra, 2009)

Ensayo
  • There and Then: The Travel Writing of James Salter (2005)

Correspondencia
  • Memorable Days: The Selected Letters of James Salter and Robert Phelps (2010)

Antología
  • Gods of Tin (2004; selecciones de The HuntersCassada, y Burning the Days)

Otros
  • Life Is Meals: A Food Lover's Book of Days (con su esposa Kay Eldredge, 2006)
  • "My Lord You" y "Palm Court" (2006)

Guiones
  • Downhill Racer (1969)
  • The Appointment (1969)
  • Three (1969; también dirigió la película)
  • Threshold (1981)

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